En la nueva sociedad del conocimiento, se ha hablado mucho, se ha escrito mucho sobre cómo tienen que concebirse las organizaciones. Por ejemplo, se ha señalado que deben ser de organizaciones inteligentes, flexibles, organizaciones humanas, abiertas y, en sentido negativo, no rígidas, no herméticas, no verticales, no artificiales y no piramidales.

La clave para esta transición de la verticalidad a la horizontalidad se encuentra en la concepción que tengamos de la persona. Lamentablemente, hoy convive el discurso de la globalización humanista con la aplicación de políticas públicas, por ejemplo, que agudizan la brecha que existe entre los países ricos y los países pobres, o entre las personas ricas y las personas pobres. Se trata de casos en los que la retórica sustituye a la realidad, algo bien frecuente en los liderazgos de la palabra, hoy tan presentes como fracasados por su falta de comunicación con la propia realidad.

La clave en estas organizaciones de la sociedad del conocimiento tiene mucho que ver, como ha señalado Alejandro Llano, con el proceso artesanal del aprendizaje. La formación no termina nunca, es bien sabido, y el conocimiento es crecimiento, también como persona. Los saberes que se producen a través de las nuevas tecnologías deben ayudar también a mejorar el trabajo diario y a mejorar también el trabajo en el sector público, sin olvidar que hay una dimensión ética que para la función pública tiene consecuencias muy concretas y que además está perfectamente esculpida en la Constitución cuando define a la Administración Pública, como una organización al servicio de los intereses generales.

El ciudadano tiene que percibir que la entera actuación de la Administración Pública, ya sea del Estado, de las Comunidades Autónomas o de los Entes Locales, está en permanente disposición de atender las necesidades generales de la población. Aquí, evidentemente, el buen gobierno, la buena administración asume un papel básico y fundamental en la medida en que en una sociedad democrática la gobernación y la administración de lo público debe realizarse desde la condición central del ser humano y desde la convicción de que el poder es una institución para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos.

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana