A pesar de la profunda crisis que padece el mundo, especialmente en las zonas de mayor desarrollo, de vez en cuando se dan a conocer algunos datos que suponen un balón de oxígeno en este sombrío momento de la historia en el que nos encontramos. En efecto, según el Banco Mundial, entre 2005 y 2008 ha descendido apreciablemente la pobreza en el globo. Por elegir un dato para el optimismo, en las regiones de Asia Oriental y Pacífico la pobreza extrema pasó del 77% de la población en 1981 al 14% en 2008.
 

Por estos ares, acostumbrados, sobre todo en los últimos años de siglo XX y primeros del XXI, a vivir por encima de nuestras posibilidades, y ahora sumidos en un gran drama colectivo, puede ser que estas estadísticas nos dejen un poco fríos y las contemplemos con una cierta distancia. Pero realmente constituyen un ejemplo de eficacia en la lucha contra la pobreza en todos los sentidos.
Según las estimaciones del Banco Mundial que se han conocido en estos días, el número de personas en situación de pobreza extrema, aquellas con ingresos inferiores al equivalente de 1.25 dólares diarios, descendió de 1.390 millones en 2005 a 1.290 en 2008. Si la tendencia se mantuviera, podría alcanzarse  antes del 2015 el primer objetivo de desarrollo del milenio: reducir la pobreza un 50% con relación a 2000.
Estos resultados ponen en cuestión el aserto en cuya virtud la crisis en los países ricos se trasladaba de inmediato a los países en desarrollo. En este caso, esta ecuación ha saltado por los aires pues mientras EEUU y Europa han entrado en recesión y la economía está bajos mínimos, los países en desarrollo no han caído tan bajo ni mucho menos, al menos por el momento. Aún así, el hecho cierto de que la lucha contra la pobreza va dando resultados no quiere decir que las cosas hayan cambiado radicalmente. Nada más lejos de la realidad. Se han producido relevantes avances en este sentido pero en 2015 se calcula que todavía habrá unos mil millones de habitantes en situación de pobreza extrema.
Por otro lado, desde el ángulo de las personas en situación de pobreza no extrema, aquellas que disponen de ingresos por valor de hasta 2 dólares diarios, el descenso no ha sido muy relevante. Para este colectivo, la bajada fue de 114 millones entre 1981 y 2008; es decir, pasaron de 2.585 millones (69. 6% de la población de los países en desarrollo) a 2.471 millones ( 43%) en 2008.
Las estadísticas que ha dado a conocer el Banco Mundial estos días son ciertamente prometedoras. Demuestran, de ser ciertas, que la lucha contra la pobreza, sobre todo contra la más lacerante, da resultados. Sin embargo, todavía queda mucha gente en el mundo que vive en situación de pobreza no extrema, demasiada. Y, ahora, en los países desarrollados, como consecuencia de la grave crisis que estamos sufriendo, nos encontramos con paisajes sociológicos, por utilizar unos términos políticamente correctos, que reflejan las consecuencias de la dictadura del poder y del dinero.
La adicción al poder, político o financiero, está, en efecto, en la base de una crisis que a todos nos afecta y en la que todos tenemos algo que ver. Es cierto. Pero los gobiernos y los bancos, los políticos y los banqueros, por supuesto, son mucho más responsables que tantos miles y miles de personas que solicitaron créditos, por encima de sus posibilidades, para ingresar a un mundo de consumo jamás soñado. Ellos son, fundamentalmente, quienes han causado básicamente este gran castigo a los más débiles y ellos debieran ser quienes caigan en la cuenta de que estamos ya en otro mundo y que las formas tradicionales de manejar los resortes de la política y las finanzas han cambiado. Ojala no se enteren demasiado tarde.
 
Jame Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es