Pues bien, en estos días en que conocemos el óbito de un pensador de la talla de Dahl, se presentan los proyectos de ley de regeneración democrática. Un conjunto de medidas, todas ellas bien encaminadas, que desde luego pueden ayudar a la mejora formal de sistema democrático. Está muy bien la prohibición de la condonación de los créditos a los partidos por los bancos. Es positivo, quién podrá dudarlo, que se profesionalice la gestión económico financiera de estas formaciones. Igualmente, que se abra a la transparencia la actividad de los partidos. Pero que se abra toda la gestión: la forma de contratación de personal, las asistencias técnicas, las retribuciones o complementos a los directivos, etc, etc, etc. Y sobre todo, en lugar de prohibir las donaciones, que no pasaría nada porque fueran públicas y expuestas en las webs, se deberían ir suprimiendo las subvenciones públicas y se debería publicar, también en las webs, las agendas de los dirigentes de los partidos y de sus cargos electos. Es decir, todo en la web, absolutamente todo. Los partidos son instituciones de interés general y la generalidad debe poder saber en todo momento como se administran tales organizaciones en sus más pequeños detalles.
En los estudios de Dahl sobresale una idea francamente actual: ningún sistema de gobierno ha encarnado a la perfección el ideal democrático. Es más, definió la democracia desde el realismo, no como el gobierno del pueblo, sino como una poliarquía, una poliarquía en la que los diferentes centros de poder deben estar en equilibrio permanente. Por ejemplo, si los partidos, como pasa en tantos países, son quienes diseñan el poder ejecutivo, el legislativo y las cúpulas del judicial, entonces estaríamos en el gobierno del jefe del partido dominante que, a veces al margen del pensamiento e ideario mayoritario del partido que lo aupó al vértice, dirige el país a su libre arbitrio, materialmente como un rey absoluto.
En 1992, a finales, la editorial Paidós tradujo al castellano el libro del hoy fallecido profesor emérito de Ciencias Políticas en la Universidad de Yale Robert. A. DAHL, titulado «La democracia y sus críticos». El libro está escrito en 1989 y no tiene desperdicio. Para lo que aquí interesa, conviene destacar que DAHL, como es lógico, está convencido de que la democracia tiene que ser criticada para que mejore, sobre todo después de lo que está ocurriendo en las fronteras del siglo XXI. En concreto, DAHL piensa que en esos tiempos del llamado posmodernismo o hipermodernismo, como quieran ustedes, es necesario potenciar la civilidad, la vida intelectual y la honradez moral.
En efecto, sin la razón, sin valores y sin civilidad la democracia no puede pervivir como sistema de gobierno centrado en la dignidad del ser humano. Consideración bien pertinente en este tiempo en el que ciertamente la dignidad de la persona es objeto de mercadeo y de transacción en función de los intereses de los que mandan en cada momento. No nos engañemos, el sistema que tenemos se puede denominar formalmente como queramos, pero en el fondo, en esencia, no es, ni mucho menos un gobierno de todos, por todos y para todos.
Las reformas de la regeneración democrática son positivas pues formalmente ponen coto a algunas prácticas inaceptables. Sin embargo, la clave está en lo que dice Dahl, en la honradez moral. Algo que no otorgan las reformas, por muy perfectas que sean, porque deriva de un compromiso personal por encarnar las cualidades democráticas, hoy tan cacareadas como inéditas en tantos casos. En fin, la lectura de Dahl puede ayudarnos a comprender mejor el sentido de lo que se ha definido como el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. No el gobierno de una minoría, para una minoría y por una minoría.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. twitter@jrodriguezarana