El proyecto europeo ha tomado una deriva que lo aleja, y de qué manera, de sus objetivos fundacionales. Quien quiera puede acercarse a los escritos de sus padres fundadores. Schuman, Adenauer o Gasperi, por ejemplo, y percatarse del errado camino que se está siguiendo en la Unión Europea. Una Unión que en sí misma es un espacio cultural y político caracterizado por una suerte de indignación ante la falta de libertad, ante la intolerancia, ante la ausencia de pluralismo. No en vano venimos de la conjunción de los valores del derecho –Roma- del pensamiento –Atenas- y de la solidaridad –Jerusalén-. Por eso, el pensamiento único en materia económica y financiera que se ha implantado no hace mucho, además de traicionar ese gran proyecto cultural que es Europa, está alejando a la ciudadanía de una realidad  que poco, nada, aporta a los millones de personas que habitan en el viejo continente.
Los eurobarómetros constatan, desde el inicio de la crisis, una peligrosa caída de aceptación popular del proyecto europeo. En España, por ejemplo, hemos pasado de un elevado grado de confianza a unos índices de desafección preocupantes. En efecto, en 2007 dos de cada tres españoles consultados por el eurobarómetro decían confiar en la UE y en sus instituciones. Hoy, seis años después, el 72% se muestra fuertemente contrariado con las políticas practicadas en este tiempo, en especial con los ajustes y limitaciones que está sufriendo la población y que proceden de la errática política económica procedente de Bruselas.
Es verdad que, según reflejan los barómetros, los europeos no queremos salir del euro y no queremos tampoco tirar por la borda el Estado de bienestar ni la venturosa experiencia de paz de las últimas décadas. Sin embargo, los habitantes del solar europeo reclaman nuevas políticas, nuevas formas de resolver los problemas que apuntan a que paguen quienes realmente han provocado la espiral de desaguisados de los últimos años.
Las recientes elecciones en Italia, aunque nacionales, expresan también un profundo malestar con Europa y el sesgo con el que se afrontan las políticas desde Bruselas. La apatía, desidia y desafección de la ciudadanía, es una lamentable realidad. Mientras tanto, no pocos analistas y políticos tiemblan ante la más que posible presencia de alguna fuerza política populista y autoritaria a nivel europeo. Por lo pronto la extrema derecha y la extrema izquierda ya no son testimoniales en muchos países de Europa.
Así las cosas, precisamos líderes capaces de entender el legado europeo y defender la sensibilidad social. Hoy, por más que nos pese, hemos de reconocer que la fuerza y dominio de un mercado sin límites y autorregulado ha hecho las delicias de no pocos dirigentes y financieros que han hecho su agosto a costa de los ciudadanos en plena crisis económica. Mientras el pueblo, convidado de piedra de esta estafa de colosales dimensiones, avisa de que no está de acuerdo con las medidas que se adoptan y de que es menester un cambio de rumbo. Un cambio de rumbo que pasa por la renovación política, económica y social. Quienes han contribuido al vertiginoso endeudamiento de Administraciones públicas y familias, deben asumir su responsabilidad. Los partidos políticos deben abrirse a la realidad, así como las instituciones financieras. Es necesario trabajar sobre los fundamentos. Y si hace falta reformar la sociedad anónima, que se reforme. Si hay que democratizar la democracia que tenemos, que se haga y si hay que desmercantilizar este mercado, adelante.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es