El populismo como fenómeno político ni es nuevo ni ofrece solo una sola cara. Hoy, si analizamos con calma algunas de las máximas y de los eslóganes que componen esta peculiar forma de entender la política, encontramos que se consideran populistas, aunque realmente no lo sean, determinadas expresiones o formulaciones políticas caracterizadas, por ejemplo, por los liderazgos carismáticos, por planteamientos demagógicos, por apelaciones a la proximidad o cercanía con el pueblo, a los gobiernos sencillos, a las administraciones sin excesivo aparato, a la protesta frente a las élites, al antieuropeismo, a la democracia real, a la democracia participativa, al asistencialismo, al paternalismo, a la crítica de las oligarquías partidarias o incluso a la promoción de la xenofobia. Es decir, se considera populista el Frente Nacional de Le Pen en Francia, Syriza en Grecia, Orban en Hungría, Chávez en Venezuela, el partido popular danés, Podemos en España o el UKIP de Farage de Inglaterra. Y se trata, sin embargo, de partidos y movimientos que recorren ampliamente el arco ideológico, desde la extrema derecha hasta el marxismo leninismo.
El populismo ha surgido históricamente, no hay más que contemplar la historia reciente, al final de determinados procesos de descomposición social, política y económica que terminaban con el acceso al poder, en nombre del pueblo, de determinados partidos y líderes. Partidos y líderes que en un buen número de casos acabaron por utilizar al pueblo soberano para su enriquecimiento económico y su dominio político. Tal aserto no es más que la certificación de la historia.
Hoy, en un momento de crisis general de las ideologías tradicionales, en un ambiente de profundo descrédito de la política y de los políticos, en un contexto en que la democracia se ha desnaturalizado, en una situación en la que las clases medias han sido castigadas y penalizadas por quien debería protegerlas, es lógico que los ciudadanos canalicen su real indignación apoyando a nuevos movimientos y partidos que prometen lisa y llanamente los valores y principios democráticos.
Syriza en Grecia se presentó a las elecciones generales apelando a la supresión de los recortes económicos y sociales y obtuvo buenos resultados. Podemos en España ha sabido interpretar las ideas y opiniones de una parte importante de la sociedad española decepcionada y hastiada de tanta corrupción como destilan los partidos tradicionales alcanzando en las europeas primero y en las autonómicas y locales después un buen resultado.
Los populismos, es sabido, buscan destruir la institucionalidad, los equilibrios y contrapesos, para instaurar un suerte de gobierno desde el que dominar todos los poderes del Estado y todos los resortes de la sociedad. El populismo ordinariamente nada quiere saber con el Estado de Derecho, que es acusado de ser un instrumento de las élites, sean de izquierdas o de derechas, que debe dar paso al verdadero poder del pueblo. La democracia representativa, que es la causa de todos los males, debe, según estos movimientos, dejar paso a la democracia directa y el poder y sobre todo quienes lo detentan, se convierten en los dueños y señores del país. Ponen y quitan, de forma directa o indirecta, a los gobernantes, legisladores y jueces que no se alineen con las nuevas doctrinas. Ahí tenemos ese cuarto poder en algunos países iberoamericanos que no es más que la “longa manus” del poder absoluto que construyen estos sistemas populistas.
Es más, los populismos se preocupan tanto de los pobres y desheredados que al final precisan que se multipliquen para perpetuarse en el poder pues si la población tienen una buena educación y la miseria y la pobreza retroceden, entonces la manipulación y el control social se hace mucho más difícil, a veces casi imposible. Sin pobres no hay juego. Con personas cultas y formadas no es posible mantener la farsa. Por eso, los populistas adoctrinan a los habitantes a través del culto, hasta la adicción, por el pensamiento único, bipolar e ideológico.
En fin, de nuevo, ante nosotros, también en la vieja Europa, quien lo podría imaginar, el populismo como doctrina y movimiento que está sabiendo aprovecharse de una situación de perplejidad e incertidumbre generada por la política y los políticos tradicionales. Sin embargo, la historia nos enseña hacia donde deriva esta ideología y quienes de ella se aprovechan. No hay más que leer los libros de historia. Algo que está a la mano de cualquier fortuna.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
@jrodriguezarana