Se cumple este año el XXV aniversario del fallecimiento de Friedrich A.Von Hayek,(1899-1992), uno de los pensadores que mejor supo entender el liberalismo y adaptarlo al mundo contemporáneo. Aunque no siempre fue bien entendido, como suele ocurrir con las mentes geniales, siempre trató de afirmar la libertad frente a los totalitarismos y de criticar la intervención asfixiante del Estado en la vida de los ciudadanos.
Hayek, que vivió el auge del nacionalismo, la Primera Guerra Mundial, la crisis de la posguerra, la crisis del 29, la revolución rusa y la Segunda Gran Guerra, entendió muy bien que la defensa de los valores liberales debía librarse en el orden político y moral. El, sin embargó, apostó por la dimensión intelectual porque Hayek era consciente, como señala la profesora De la Nuez, de que los pensadores difundían y divulgaban ideas sin saber muchas veces que significaban y que consecuencias traerían consigo en su implementación.
Esta tarea Hayek la planteó, como es sabido, para combatir la ideología socialista, que para por aquel entonces tenía mucho prestigio en su pretensión de construir una explicación racional, científica de la sociedad y de la historia. Para ello, con otros colegas, fundó la sociedad Mont Pelerín, donde trabajaban filósofos, juristas, economistas e historiadores.
Hoy, a principios de un nuevo siglo, la reflexión de Hayek sobre la defensa de la libertad es bien pertinente pues liberarse del pensamiento bipolar e ideologizado es una tarea difícil pero necesaria. Para ello, es menester superar la modernidad y comenzar a reinterpretar el pensamiento político. Pero superar la modernidad no puede significar rechazarla. Significa, me parece, rechazar lo que de la modernidad se ha mostrado insuficiente, estrecho o caduco. Si es verdad que nunca probablemente se han producido barbaries mayores que las alimentadas por la modernidad, es también incontestable que ha enriquecido como pocas épocas históricas conceptos tan centrales como democracia, libertad, derecho, dignidad humana, justicia o igualdad, por ejemplo.
La modernidad, en cierta medida, ha estado demasiado pendiente de los corsés impuestos por las ideologías cerradas que, por poner un ejemplo, sólo podían entender la libertad como libertad para la clase universal proletaria, libertad para el individuo solo, o libertad para la nación, según partamos de principios socialistas, liberales o fascistas.
Hoy, sin embargo, la realidad es más compleja, dinámica y abierta. Por eso, certificando el ocaso de las ideologías cerradas, bienvenidas sean las ideas que, sin miedo a los prejuicios, nos ayudan a la mejora de la vida de las personas. Y, entre ellas, una idea que me parece atinada es la que se refiere a la libertad solidaria, que, en mi opinión, supera a la libertad totalitaria a la que alude Beck en su último libro, al individualismo ramplón y, por qué no, a las versiones estáticas de la igualdad. La libertad, la libertad solidaria, es hoy un desafío que brilla por su ausencia entre unos y entre otros, entre los neoliberales y entre los intervencionistas. Probablemente porque, lamentablemente, hoy, de nuevo vuelven las ideologías cerradas cuando lo que precisamos son ideas, ideas que promuevan la libertad solidaria.
Jaime Rodríguez-Arana