La corrupción durante 2014 ha sido, no sólo en España, una de las principales causas del desapego y desafección de la ciudadanía en relación con la política y con los políticos, con los negociantes y con el mundo de los negocios. No hay que ser muy inteligente para hacer en la cuenta de que esta terrible lacra social está minando los fundamentos del sistema político mientras unos y otros, porque tienen la casa sin arreglar, no se atreven a proponer y adoptar las medidas que la situación reclama y que la ciudadanía solicita unánimemente. En este ambiente, es obvio, otros, los que nunca han disfrutado de la poltrona, ahora aparecen como posibles vencedores ante la más que probable caída en picado de quienes llevan toda una vida flotando en el proceloso mundo de la conspiración y el cambalache.
En efecto, a nivel internacional la corrupción ha sido una de las principales amenazas, no sólo para la seriedad y decencia de la actividad política, sino que se ha convertido en una grave amenaza para la seguridad internacional. Tal afirmación procede de un reciente informe de un famoso centro de investigación estadounidense, Fondo Carnegie para los estudios sobre la Paz Internacional (CEIP).
Pues bien, en este estudio se pone de manifiesto que en 2014 que gobiernos y empresas transnacionales han subestimado la corrupción en sus políticas e inversiones produciéndose una situación de corrupción sistémica de difícil solución. En opinión de este centro de estudios, la corrupción sistémica debe entenderse, no como un fracaso de las instituciones públicas de gobierno, sino más bien, y sobre todo, como un sistema funcional del que los gobernantes echan mano nada menos que para secuestra los flujos ordinarios de la actividad económica y convertirlos en una auténtica cleptocracia.
La corrupción sistémica, la que hoy inunda tantas instituciones públicas o privadas, provoca, señala este informe, en las poblaciones tanta indignación que en muchos casos los cambios de gobiernos se producen por esta razón, por el profundo malestar que provoca en los habitantes, que en algunas latitudes dan lugar a fenómenos peligrosos de insurgencia, a veces de signo populista y demagógico que lejos de resolver los problemas, en ocasiones los agravan.
Por otra parte, la corrupción sistémica, como fácilmente puede colegirse, supone una muy grave amenaza para la seguridad internacional pues a su vera florece el crimen organizado, el terrorismo o el narcotráfico. Además de catalizar estas gravísimas amenazas para la paz internacional y al interior de los Estados, cuándo se mixtura con los conflictos étnicos, religiosos o lingüísticos, produce auténticos cataclismos sociales que aumentan la desigualdad social y abren las puertas a una creciente inseguridad internacional.
Un problema relevante en esta materia es que los gobiernos en general, sobre todo los occidentales, no han privilegiado la lucha contra la corrupción en sus políticas exteriores. Quizás porque la fuerte carga de corrupción existente al interior de sus países impidieron políticas anticorrupción netas e inequívocas que aíslen a sistemas políticos corruptos. Por el contrario, sin ningún rubor, se comercia y trafica con estos regímenes como si nada, como s tales iniciativas fueran indiferentes o inocuas.
Según el Banco Mundial, el coste de la corrupción en los países en desarrollo asciende a un billón de dólares y se observa que los peor calificados por Transparencia Internacional, Mali, algunos países árabes, Ucrania, Tailandia o Irak sufren graves conflictos bélicos. El caso de Irak es especialmente grave en este sentido porque el Ejército Islámico, quien lo podría imaginar, de la noche a la mañana salió vencedor frente a las fuerzas armadas iraquíes, que supuestamente contaban con un millón de efectivos, habían sido entrenadas por los EEUU y habían recibido nada menos que 20.000 millones de dólares de financiación desde 2006. La razón de este desaguisado, según el informe que glosamos en el artículo de hoy, hay que buscarla en la depredación y sectarismo de las élites nacionales. Por ejemplo, se ha sabido de fuentes oficiales que el gobierno de Irak pagaba sueldos a 50.000 soldados inexistentes, no registrados, que iban a parar a los bolsillos de generales y oficiales, que se embolsaban la friolera de 30 millones de dólares al mes. Las denuncias de corrupción contra el régimen de al Maliki fueron reprimidas ferozmente por las fuerzas de seguridad gubernamentales.
En fin, el informe concluye que hay que entender el fenómeno de la corrupción en su real dimensión y darle la importancia que tiene, que es mucha. Por ejemplo, es menester valorar las actividades de política exterior susceptibles de entrar en círculos corrupto. Es necesario valorar determinadas intervenciones como pueden ser la cooperación militar, la inversión privada o la ayuda al desarrollo en países de corrupción endémica.
Pero la corrupción no solo campa a sus anchas en los países en desarrollo. En nuestro país, por ejemplo, la ciudadanía, con razón, está que trina y dispuesta a enseñar la puerta de salida a tantos y tantos políticos como en estos años se han caracterizado por generar espacios de impunidad y por mirar para otro lado mientras se perpetraba una de las más grandes estafas que imaginar se pueda y cuya factura ahora se pretende cargar a las espaldas de quienes nada tienen que ver con ella. Por eso, que se preparen para el varapalo sus auténticos responsables. Así es la vida.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. @jrodriguezarana