El proyecto europeo ha tomado una deriva que
lo aleja, y de qué manera, de sus objetivos fundacionales. El  referéndum griego es la manifestación más
obvia del fracaso de la Europa de los mercaderes que se ha impuesto en estos
años. No hay más que acercarse  a los
escritos de los padres fundadores, Schuman, Adenauer o Gasperi, por ejemplo, y  constatar la extrema debilidad que aqueja a la
Unión Europea en este tiempo. Una Unión que nació y se desarrolló durante
tantos siglos como un espacio cultural y político caracterizado por una suerte
de indignación ante la falta de libertad, ante la intolerancia, ante la
ausencia de pluralismo. No en vano venimos de la conjunción de los valores del
derecho –Roma- del pensamiento –Atenas- y de la solidaridad –Jerusalén-.
Por eso, el pensamiento único en materia
económica y financiera que se ha implantado desde  no hace mucho, y que está en buena medida en
el origen de la crisis que padecemos, además de traicionar ese gran proyecto
cultural que es Europa, está alejando a la ciudadanía de una realidad a la que
poco, prácticamente nada, aportan los millones de personas que habitan en el
viejo continente. Ahora  en que
precisamente el pueblo griego se va a pronunciar sobre su permanencia en el
proyecto europeo, es buen momento para reconocer los profundos errores cometidos,
dar marcha atrás al dominio de la economía y las finanzas, y volver a situar al
ser humano en el centro del orden político, económico, social y cultural.
Los eurobarómetros constatan, desde el inicio
de la crisis, una peligrosa caída de aceptación ciudadana  del actual proyecto europeo. En España, por
ejemplo, hemos pasado de un elevado grado de confianza a unos índices de
desafección preocupantes. En efecto, en 2007 dos de cada tres españoles
consultados por el eurobarómetro decían confiar en la UE y en sus
instituciones. Seis años después, el 72% se muestra fuertemente contrariado con
las políticas practicadas en este tiempo, en especial con los ajustes y
limitaciones que está sufriendo la población. En días veremos lo que piensan
los griegos, que  no es muy difícil de
adivinar.
Es verdad que, según reflejan los eurobarómetros,
los europeos no queremos salir del euro y no queremos tampoco tirar por la
borda, solo faltaría, el Estado de bienestar ni la venturosa experiencia de paz
de las últimas décadas. Sin embargo, los ciudadanos europeos consultados
reclaman nuevas políticas, nuevas formas de resolver los problemas que apuntan
a que paguen quienes realmente han provocado la espiral de desaguisados de los
últimos años.  Esta es la gran cuestión
que se pretende ignorar y que, sin embargo, es crucial. Mientras quienes han
conducido los destinos de Europa y de muchos de sus Estados miembros no
reconozcan los errores y negligencias cometidos es muy difícil edificar sobre
bases sólidas.
La apatía, desidia y desafección de la
ciudadanía, por más que las cúpulas de partidos y formaciones intenten
ocultarlo y mirar para otro lado, son, no hay que más que salir a la calle y
hablar con la gente normal, una lamentable realidad. Mientras tanto, no pocos
analistas y políticos tiemblan ante la posibilidad de que el referéndum griego
se contagie al resto de Europa y los ciudadanos, y en que emerja una espiral de
populismo causada por la incompetencia de los partidos tradicionales  que sumirá al viejo continente en una
delicadísima situación.
Así las cosas, precisamos líderes capaces de
entender el legado europeo y defender la sensibilidad social inherente a ese
gran concepto de la libertad solidaria que está en la base de la construcción
europea.
Hoy, por más que nos pese, hemos de reconocer
que la fuerza y dominio de un mercado sin límites y autorregulado ha hecho las
delicias de no pocos dirigentes políticos y financieros que han hecho su agosto
en plena crisis económica. Mientras, el pueblo, el gran convidado de piedra de
esta estafa de colosales dimensiones, avisa de que no está de acuerdo con las
medidas que se adoptan y de que es menester un cambio de rumbo. Un cambio de
rumbo que pasa por la renovación política, económica y social. Quienes han
contribuido al vertiginoso endeudamiento de Administraciones públicas y de las
familias, deben asumir su responsabilidad.
Los partidos políticos deben abrirse a la
realidad, así como las instituciones financieras, los sindicatos, patronales y
demás instituciones de la sociedad civil. Es necesario trabajar sobre los
fundamentos. Y si hace falta reformar la sociedad anónima, que se reforme. Si
hay que democratizar la democracia que tenemos, que se haga, y si hay que
desmercantilizar el mercado, adelante.  Esperemos que del próximo referéndum griego se
tome nota de esta deriva y por fin se vuelva a recuperar la cordura. O lo que
es lo mismo, las señas de identidad: la filosofía griega, el derecho romano y
la cultura cristiana. Tampoco es tan difícil.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de
derecho administrativo. jra@udc.es