Los partidos políticos deben reformarse. Porque su organización y funcionamiento dista de ser el que dispone la Constitución. También porque la percepción ciudadana es la que es. Y, sobre todo, porque en la hora presente, de una crisis general, también política, la desafección y distancia que caracteriza las relaciones entre ciudadanos y políticos, entre la sociedad y la política, debe propiciar nuevos esquemas de trabajo y de funcionamiento de estas instituciones.
La progresiva pérdida de afiliados de los partidos es una realidad. Un hecho que redunda en la crisis de su financiación. Hoy, el sistema de financiación de los partidos debe mudar sustancialmente. Probablemente, hacia el modelo alemán, en el que tal cuestión e externaliza y se deja en manos de profesionales ajenos al partido. En todo caso, la financiación pública es un problema. Y, si se reduce o se elimina, es posible que los partidos queden en manos de minorías multimillonarias que manejen estas instituciones según sus propios intereses.
De otra parte, la renuncia de muchos partidos a sus ideas, a sus señas de identidad, sobre todo porque no concuerdan con la ideología de algunas tecnoestructuras, es otro no pequeño problema. La profunda desideologización que están sufriendo los partidos, convertidos en eficaces maquinarias para la obtención de cuantos más votos mejor a través de toda suerte de sistemas y métodos, está también en la base de la profunda crisis política de este tiempo.
Es decir, es menester proceder a reformas que faciliten la democracia en la organización y funcionamiento de los partidos. Algo sencillo si hubiera voluntad para ello y algo que necesariamente debería ser acordado. Las reformas en el tema de la gestión de las finanzas de los partidos tampoco deberían ofrecer demasiados problemas habida cuenta de lo que a diario leemos, por ejemplo, en España en los periódicos.
Estas reformas,  necesarias para dignificar la contienda política, requieren de una fuerte dosis de compromiso y de voluntad que ha de empezar de quienes están al frente. Primero porque no todo es economía. Y segundo, porque la crisis del capitalismo salvaje es evidente y algunos partidos y formaciones deben revisar muchos de sus postulados. Además, sin ideas la política deja de ser tal cosa y se convierte, se ha convertido lamentablemente, en una lucha sin cuartel en el que los ciudadanos son la excusa para lo inexcusable.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es