Es bien sabido que la formación jurídica que se imparte en las Facultades europeas es deudora de la tradición positivista que dominó desde el siglo XVIII la aproximación al Derecho en el viejo continente. Seguramente, nuestro subconsciente jurídico opera, incluso sin que nos demos cuenta, en un contexto en el que como nos descuidemos, también el pensamiento único, en este ámbito, causa sus estragos, sobre todo en las razonables demandas de justicia que el imperio, y tantas veces, el dominio de la forma y el procedimiento proyecta sobre el entero sistema jurídico.

Por ejemplo, entre nosotros la jurisprudencia y los principios generales siempre han tenido un cierto carácter polémico en lo que se refiere a su condición de fuente del Derecho. Sobre todo, porque el pensamiento único prefiere amarrarse a unos prejuicios que tantas veces no son más que la manifestación exacta del imperio, y dominio, del poder sobre el Derecho, argumentándose tantas veces con el recurso a las mayorías, como si en la reciente historia del siglo pasado no haya testimonios bien elocuentes de lo que son capaces de hacer las mayorías bajo el yugo del totalitarismo.

Por ello, pienso que debemos reparar en la cuestión de la fundamentación del Derecho, buscando aproximaciones que subrayen los derechos fundamentales de la persona y la vertiente ética y moral de la práctica del Derecho por todos los operadores jurídicos.

En este contexto se insiste en el conocimiento del Derecho como saber instrumental enmarcado en la búsqueda constante de la justicia, planteamiento hoy no muy practicado, valga la redundancia, en la “práctica”, puesto que no pocas veces brilla por su ausencia la dimensión ética y dónde con tanta frecuencia el fin justifica los medios. Por eso, el ejercicio del Derecho no puede desconectarse de la protección de los derechos humanos derivados de la dignidad de la persona, derechos que, lo sabemos, no son creación del Estado. Más bien, el Estado debe reconocerlos y facilitar su ejercicio. En una de estas nuevas Facultades recientemente creadas se recuerda algo que suena hoy muy nuevo pero  un jurista entiende muy bien: las fuentes del Derecho no están sólo en la política, sino también se encuentran en la historia, en la naturaleza humana y en el orden moral del universo.

En el fondo, me parece que detrás de esta perspectiva más abierta y humana  se encuentra la preocupación por evitar que la escisión entre el Derecho y la Moral siga dando argumentos para justificar decisiones inmorales, planteamientos insolidarios; en definitiva, cuando el Derecho y la Moral campan cada uno por su cuenta, entonces el Poder siempre gana al Derecho, porque  se convierte en su vasallo más sumiso. En cambio, cuando la dignidad de la persona se erige en fundamento del Derecho, entonces el Poder no tiene más remedio que operar en un ambiente en el que existen límites a su ejercicio.

Desde estos planteamientos, el estudio del Derecho no se reduce a la exposición, sin más, del Derecho vigente, sino que incorpora el pensamiento crítico para ayudar a que los alumnos piensen por sí mismos y se formulen determinadas preguntas sobre la adecuación a la justicia y a la dignidad de la persona de las  instituciones, categorías y conceptos que les explican los profesores. Se trata de facilitar el pensamiento libre, sin imposiciones, con la sana de pretensión de que los alumnos tengan el hábito de cuestionarse los conocimientos recibidos desde el pensamiento abierto, plural y dinámico, evitando la dictadura del pensamiento único tan frecuente en este tiempo. En este sentido, los planes de estudio deberían incluir asignaturas como Fundamentos Morales del Derecho, Jurisprudencia, Deontología Jurídica, Ética o Política pública, entre otras. Los tres elementos sobre los que debieran bascular todas las enseñanzas jurídicas en el grado deberían ser: la defensa de los derechos humanos, la preocupación por la justicia social y la cultura de la vida, sin duda el primero de los derechos fundamentales, aunque paradójicamente el más castigado en estos tiempos de tanta esquizofrenia.

Ciertamente, va siendo hora de que en los enfoques jurídicos empiece a tomarse más en serio, a juzgar también por los resultados obtenidos, la sustancia que justifica la existencia del Derecho, dar a cada uno lo que es suyo. Si no fomentamos que los alumnos se hagan preguntas sobre el fin del Derecho estamos siendo cómplices de la mentalidad jurídica dominante para la que lo único relevante es el uso y abuso del Derecho para el Poder.

En fin, un episodio más de la lucha por el Derecho que ha caracterizado la historia del hombre. Frente al despotismo blando, es menester la lucha por la justicia y los derechos humanos en todo tiempo y circunstancia. La tarea no es fácil, pero vale la pena.

                         Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.