El populismo, hoy tan de moda en tantas partes del mundo, nace, crece y se desarrolla en ambientes de crisis, de contestación social, de descrédito de las instituciones, en contextos en los que la situación política, económica o social, demanda cambios y transformaciones profundas. Ordinariamente, bajo el dominio del pensamiento ideológico, los populismos recurren a la retórica oprimidos-opresores con el fin de ofrecer una praxis de salvación que ellos solo poseen. Ahí está desde la revolución francesa hasta la revolución soviética pasando, entre otras, por la revolución de los claveles, la revolución sandinista, o la revolución castrista. Revoluciones que todos sabemos que han traído consigo como la historia certifica tozudamente.
En efecto, el populismo latinoamericano ofrece buenos ejemplos de esta metodología marxista. López Obrador, hoy presidente de México, el presidente bolivariano Maduro, Diaz- Canel, el heredero de los Castro, o el sandinista Daniel Ortega dirigen movimientos de signo populista que ofrecen recetas únicas de salvación a base de explotar la dinámica del pensamiento bipolar e ideológico. Y en los EEUU tenemos un acreditado populista, Trump, que no duda en apropiarse, con ocasión y sin ella, del pensamiento y preferencias políticas de una parte relevante del pueblo norteamericano, mientras desprecia a la otra parte sin problema alguno.
Por otra parte, también se presentan como enemigos del pueblo los abanderados del intervencionismo, del gobierno ilimitado, de la irresponsabilidad fiscal o de la dirección centralizada de la economía ideas que, en sentido opuesto, promueve el Tea Party, un movimiento considerado por no pocos como populista. Igualmente, también encontramos populismo anti-establishment, anti-élites, que clama contra las instituciones políticas y financieras. Es el caso del 15-M, ahora bajo mínimos, Ocupa Wall-Street, Movimiento 5 Estrellas, Podemos… El populismo asistencial, aquel que pretende que el Estado subvenga a toda cuanta necesidad social tengan las personas, también tiene en este mundo del populismo muchos aliados.
En fin, los populismos, de uno u otro signo, se especializan en azuzar y agitar los sentimientos profundos de las personas para atraer el fervor popular hacia sus políticas de salvación. Sin embargo, lo que precisamos, más que populismos, que ya sabemos cómo suelen terminar, son políticas que promuevan los genuinos valores humanos, políticas que partan del pensamiento abierto, de la metodología del entendimiento, de la sensibilidad social. En dos palabras, políticas reales, racionales y centradas en la mejora de las condiciones de vida de las personas. Casi nada.
Jaime Rodríguez-Arana @jrodriguezarana