La moderación suele entenderse en la vida política como ausencia de compromisos, como pusilanimidad, como indefinición, como tibieza, en definitiva, como renuncia a principios. Lo importante es colocarse al socaire del sol que más calienta, todo con tal de quedar en el vértice. En este contexto, pienso que vuelve al primer plano de la vida política la distinción entre moderación e indiferencia, entre moderación e indolencia, entre moderación e indefinición o, todavía mejor, entre moderación y tibieza. Por una razón, porque la retirada del proyecto de ley de protección de la vida del concebido y de los derechos de las mujeres embarazadas tiene muy poco de moderación y muy mucho de tibieza o pusilanimidad. Para ser moderado es menester principios y convicciones firmes.
En efecto, la moderación nada tiene que ver con la timidez, la tibieza, la pusilanimidad, la apatía o el cálculo. La moderación es consecuencia de acercarse a la realidad, de contemplarla, de hablar con los interlocutores, de estudiar los problemas y actuar en consecuencia. La moderación es una manera de comprometerse realmente con las personas atendiendo precisamente a sus verdaderas necesidades colectivas. La moderación parte de la centralidad del ser humano y apuesta por políticas que de verdad mejoren las condiciones de vida de todas las personas, sea de las que están por llegar siendo ya, de las que son o de las que están a punto de dejar de ser.
En efecto, la moderación parte, insisto, de las convicciones firmes, de la necesidad de conocer las distintas dimensiones de los problemas, del diálogo –no como fin sino como medio-, de la mentalidad abierta y, sobre todo, de un compromiso radical con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. Desde estos parámetros se entiende bien que desde la moderación no se imponen las políticas, no se dogmatice, no se pretende reinventar el pensamiento político moderno, ni se divida a unos y otros en buenos y malos, en demócratas o fascistas. Desde la moderación se argumenta, se intenta convencer, se trabaja sin descanso, se plantean estrategias humanizadoras, se transmite permanentemente, con inteligencia, el compromiso real con los problemas de la gente que va más allá del gesto o del aspaviento. Desde la moderación se ofrecen alternativas creíbles fundamentadas en datos y realidades sin caer en la tentación de mitificar el consenso.
La moderación tiene mucho que ver con el realismo, con el equilibrio y conla pedagogía. Conel realismo, porque la gente moderada en política está en permanente conexión con la realidad, se remanga y se acerca a los problemas. Conoce los reales problemas de las mujeres embarazadas y reclaman que ninguna que quiera ser madre deje de serlo por muy graves que sean las dificultades económicas o sociales que tengan.La moderación está muy conectada al equilibrio porque la persona moderada sabe que los problemas que debe resolver tienen muchos aspectos, muchos enfoques, todos ellos importantes, y todos ellos a tener en cuenta. La moderación también tiene mucho que ver con una pedagogía política que argumenta desde la razón, que está permanentemente proponiendo alternativas creíbles apoyadas en los derechos de las personas. El radical todo lo fía a la propaganda, a la manipulación, a la instauración, más o menos sutilmente, del miedo a al pensamiento crítico.
La moderación nada tiene que ver con la tibieza porque el tibio, también en política, se esconde, flota y flota, no se compromete, vive en el mundo del cálculo y el regate en corto, no tiene principios y, fundamentalmente, piensa que lo más rentable es, en tantas ocasiones, no hacer nada o, sencillamente, no tener problemas. Ordinariamente los problemas se encauzan bajando a la arena de la realidad, aplicando la razón y pensando en los ciudadanos. En el caso de estos días, facilitando que ninguna mujer pueda tener el más mínimo problema para traer hijos a este mundo. Y hoy sabemos que la acción de los poderes públicos dista muy mucho de que prestar la atención especial que requieren las futuras madres.
Por ejemplo, la persona moderada en política no se esconde, no tiene medio a manifestar su pensamiento, explica las razones de sus políticas cuantas veces sea necesario. Escucha a unos y otros. Defiende sus compromisos con la razón. Sus decisiones se basan en la mirada atenta a los que más sufren, a los que más necesidades tienen. En una palabra, la persona moderada, ni tiene miedo a exponer sus principios ni renuncia a sus compromisos. El moderado es contrario al oportunista, aquel que funciona en todo con cálculo, con la astucia necesaria para quedar siempre en la cúpula.
Precisamos hombres y mujeres en la política que representen dignamente los criterios rectores que jalonan la vida de millones de ciudadanos. Precisamos hombres y mujeres comprometidos con el Estado de Derecho, con esa matriz cultural y política diseñada para que la dignidad del ser humano se levante omnipotente y todopoderosa frente a las arbitrariedades del poder que tratan de someter a la ciudadanía a la manipulación y al control. El derecho a la vida es uno de los principios básicos del Estado de Derecho y vale la pena defenderlo como se merece, con la razón y con la argumentación. En esta materia no hay término, o se defiende la vida o no se defiende, sea la de los concebidos, de los que son, o de los que están a punto de dejar de ser.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es