La masacre del 13-N en París ha puesto sobre el tapete muchas cosas. Que precisamos de una mayor eficacia policial para evitar matanzas como la de estos días. Que no es lo mismo Yihadismo que Islam. Que es posible instaurar sistemas de máxima seguridad y de máxima libertad. Y, sobre todo, que el concepto de patria y los atributos que lo acompañan, el himno y la bandera, son manifestaciones, en las naciones democráticas en las que manda el Estado de Derecho, de libertad y de solidaridad. Los franceses, ante la barbarie de estos días, reaccionaron todos a una cantando las notas del himno nacional en un ejercicio democrático impecable.
El término “patriotismo constitucional”, de origen alemán, parte de la aproximación política al concepto de nación. Un concepto que, al menos en sus orígenes, parece que se vinculó a una idea de comunidad política de ciudadanos que aceptan unas reglas de juego liberal-democráticas para la convivencia. Sin embargo, más adelante, la sublimación del Estado-nación,  unida a la uniformidad  y a la homogeneidad, terminó erigiéndose en un elemento aglutinante o galvanizador que llegó a definir, para toda la población, la identidad nacional.
Pues bien, me parece que junto a esta versión del Estado-nación que, desgraciadamente también cuenta en sus filas con, valga la redundancia, modalidades nacionalistas, nos encontramos con la dimensión que he denominado Etno-nación y que representa, más o menos, la exaltación de la construcción de la identidad colectiva nacional como eje único y fundante de los derechos y libertades individuales de los ciudadanos.
Frente a los  nacionalistas del Estado-nación o de los de la Etno-nación, generadores de  imperialismo el primero y de  fundamentalismo el segundo, emerge el concepto de “patriotismo constitucional” como expresión de un armónico y equilibrado orgullo de ser alemán como consecuencia de aquella Alemania (1979) que tenía en la Constitución su mejor y más brillante momento colectivo. Luego, como es sabido, tras la inicial apelación al concepto de Dolf Sternberger fue Jurgen Habermas quien popularizó esta relevante reflexión. Lo interesante, me parece, de traer a colación este debate en España es que subraya los criterios constitucionales de libertad e igualdad como elementos fundamentales de la identidad nacional y que plantea la integración o articulación libre de los ciudadanos en torno a las ideas centrales de la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. Así, la identidad nacional es la consecuencia de la libertad y no su fuente o fundamento.
El término patria, lo sabemos bien, necesita en la hora presente desprenderse de tantos prejuicios de orden nacionalista y autoritario. Sí, el nacionalismo tiene una tendencia en cierto modo irrefrenable a identificar Nación, Patria, Estado o País hasta el extremo de que sólo el que es nacionalista es considerado miembro auténtico de un pueblo. Probablemente, en esta identificación reside una de las raíces totalitarias del nacionalismo que contribuyen a explicar su rostro de Jano. Por eso, si conseguimos recuperar, lo cual no es fácil, el concepto de patria a su sentido original nos podemos situar en la siguiente posición: si nación hace referencia, en su primer significado, al lugar de procedencia, al espacio del que uno es natural, patria apunta más bien al patrimonio político recibido.
La patria es, pues, de todos los ciudadanos, de todos los que nos cobijamos bajo una Constitución política, sello de nuestra condición y garantía de nuestros derechos. El concepto de patria coloca por encima de cualquier consideración las libertades y el derecho a la participación en la vida pública, por encima de ideas, de condición, de procedencia, de religión, de lengua o cultura. Y los derechos son de todos los que aceptan el imperio de la Ley y del Derecho, como garantía precisamente de esos mismos derechos. La patria no es la nación, ni la cultura, ni el territorio, ni la lengua. La patria es el patrimonio de las libertades de los ciudadanos, no de un grupo, ni siquiera de todos en conjunto e indistintamente, sino de todos, uno por uno.
Ciertamente, el término “patria” es de esos que, guste o no, requiere de un inteligente proceso de purificación conceptual pues en España ha estado asociado durante largas décadas a visiones autoritarias de la vida. Pues bien, en este sendero de normalidad a la que se debe devolver esta expresión política, no está de más, pienso, recordar la significación original del concepto patria.
Si “nación” hace referencia, en su sentido primario, al lugar de procedencia, al espacio del que uno es natural, “patria” apunta más bien al patrimonio político recibido. Y ese patrimonio es la Constitución política, las libertades, el derecho a la participación en la cosa pública.
Este concepto de patria, abierto e integrador, coloca por encima de cualquier consideración las libertades y el derecho a la participación en la vida política, por encima de ideas, de condición, de procedencia, de religión, de lengua o de cultura. Y los derechos son de todos los que aceptan el imperio de la ley, como garantía precisamente de sus mismos derechos. La patria no es la nación, ni la cultura, no es el territorio, ni la lengua. La patria es el patrimonio de libertades de los ciudadanos, no de un grupo, ni siquiera de todos en conjunto e indistintamente, sino de todos, uno por uno.
En cambio, el concepto de patria excluyente, que es el que siguen los nacionalismos radicales, gira en torno –casi obsesivo- a la unidad, a la identidad –que debe ser la de todos- y a la cohesión nacional. De ahí que el nacionalismo excluyente entienda los derechos, el pluralismo y la tolerancia solo para quien comulga con los ideales, los presupuestos y los dogmas nacionalistas de afirmación y construcción nacional. Baste ver, por ejemplo, como en mi tierra, Galicia, se convierte la bandera gallega, tantas veces, en bandera de partido.
Por eso, el patriotismo constitucional es de los que nos reconocemos en el marco constitucional, no es arma arrojadiza, no rezuma intolerancia para los que no están de acuerdo, es un contexto para el ejercicio de las libertades y para preservar la dignidad de la persona en un ambiente de convivencia pacífica. Y, como dice atinadamente Andrés de Blas, la gran cuestión es armonizar esta idea de nación cívica española y el consiguiente patriotismo constitucional a su servicio con la existencia de otras lealtades de naturaleza territorial existentes en la vida española.
La masacre del 13-N en París, a pesar de los pesares, de los cadáveres que ha dejado sobre la bella tierra francesa, nos interpela en relación con los  valores democráticos, con nuestro sentido de pertenencia a España, a  los diferentes pueblos de España. Ojala que la barbarie terrorista sea derrotada cívicamente desde las ideas, desde la eficacia policial, desde el descubrimiento de la realidad del Islam y, por supuesto, desde la fortaleza del Derecho. Nos jugamos mucho en ello.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana