En el ejercicio del poder, la moderación, el equilibrio y la sensibilidad social  garantizan en buena medida, en una democracia, sobre todo en tiempos de pandemia,  la consecución del objetivo básico: el bienestar de todos, la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos en un marco de libertad y responsabilidad. El poder, en contra de lo que piensan algunos, no es malo en sí mismo, siempre que su fin se oriente a la mejora integral y continua de las condiciones de vida de las personas. De lo contrario se convertirá en una fuerza descontrolada, tal y como hoy, lamentablemente, contemplamos en el marco de la emergencia sanitaria. Hoy, como siempre, es imprescindible que quien ejerce el poder tenga dominio de sí, autocontrol, moderación, pues en la democracia es esencial el uso razonable, templado del poder.
 
Cuántas veces por encomendar el ejercicio del poder a personas sin condiciones se tiende  a la tiranía y, a consecuencia de ello,  se desprestigia el arte del gobierno. Hoy lo podemos ver a diario.  Por eso, que importante es elegir bien a los que deben dirigir las cosas públicas. Como decía Saavedra Fajardo “los príncipes nacieron poderosos, pero no enseñados”. Para el poder son necesarias una serie de cualidades democráticas para las que hay que estar preparados y, sobre todo, entrenados, pues no se reciben por ciencia infusa con el nombramiento en el Boletín Oficial del Estado, o con el acta de representante.
 
En este sentido, algunas veces me he preguntado hasta que punto son necesarias las Escuelas de Gobierno y cada vez me parece que es imprescindible que las personas que accedan al poder sepan claramente lo que tienen que hacer y lo que la gente espera de ellos. No se trata, ni mucho menos, de burocratizar la política ni el poder. Se trata, por el contrario, de ayudar a que las personas llamadas al desempeño del poder puedan ejercitarlo en las mejores condiciones posibles.
 
¡Los hábitos autoritarios¡.  Que frecuentes, también en estos tiempos en que reina la democracia, a veces más formal que material, tal y como como la pandemia deja traslucir. Qué difícil es para los que están en el poder resistir los encantos del mando. Qué fácil es utilizar el poder para excluir y para amedrentar, para mentir y para encumbrarse el la impunidad. Qué fácil es utilizar el poder para exhibir y demostrar la fuerza. Qué difícil es ejercer el poder en un esfuerzo permanente de integración, de mentalidad abierta y sensibilidad social. Qué fácil es siempre descargar las culpas o la responsabilidad en el adversario o en los subordinados. Qué difícil es asumir siempre y en todo la responsabilidad. Y cuan importante es hacerlo en tiempos de pandemia.
 
Como escribió Shakespeare, “excelente cosa es tener la fuerza de un gigante; pero usar de ella como un gigante es propio de un tirano”. Siempre he pensado, efectivamente, que el  hombre, la mujer  de gobierno, es como el buen director de orquesta: sabe dar juego a su equipo, sabe delegar, sabe animar y concibe el poder como una escuela de cualidades democráticas para que, cuando llegue el momento, otros puedan sustituirle donde él ha terminado.
 
Sin embargo, cuantas veces podemos parafrasear a Montherlant: “no hay poder, hay abuso de poder, nada más”. Y hay abuso de poder cuando se “utiliza” a las personas, cuando resulta “rentable” la adjudicación de los contratos, cuando se “desconoce” el mérito y la capacidad en el acceso a la función pública, cuando “molesta” que otros den sus puntos de vista, cuando se improvisa continuamente, en una palabra, cuando el poder se convierte en una enfermiza obsesión por permanecer en la cúpula como sea.
 
 
“El poder más seguro es aquel que sabe imponer la moderación a sus fuerzas” (Valerio Máximo). La moderación es muy importante para el hombre de gobierno. Muy importante. Es más, quien orgánicamente esté imposibilitado para la moderación no debería asumir poder en una sociedad democrática. Porque, como escribió Vélez de Guevara: “es más sabio templar el poder que no tenelle”. Cuanto precisamos personas en el gobierno moderadas, templadas, con mentalidad abierta para pensar, siempre y en todo, en la mejora de las condiciones de vida de las personas.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana