La historia de la humanidad, preñada de luces y sombras, muestra que la dignidad humana ha brillado por su ausencia en no pocos momentos. La esclavitud en todas sus formas, las torturas, y toda clase de discriminaciones han jalonado muchos períodos de la vida del ser humano en este mundo.
Hoy, a pesar de estar en el siglo XXI y de que existen muchas normas jurídicas internacionales y nacionales que prohíben los tratos inhumanos o degradantes, es una vergonzosa realidad la existencia de expresiones, más o menos sutiles, de lesión y laminación de la dignidad del ser humano por doquier. Racismo, xenofobia, trata de personas, asesinatos de periodistas, explotación laboral de niñas y niños, condiciones laborales vejatorias y abyectas para millones de trabajadores, ablación de clítoris a las mujeres, eliminación de seres inhumanos por razones eugenésicas o a quienes sencillamente no se deja llegar a ser, constituyen expresiones de una lucha que, a pesar del paso del tiempo, de las innovaciones científicas y del desarrollo tecnológico, es cada vez más necesaria.
El imperio del mercado, sin límites ni controles, llega incluso a dar por bueno, en algunas latitudes, que se comercie con las personas. Se autorizan transacciones que tienen como objeto contractual, quién lo podría pensar, a las personas. Ahora, en España, a pesar de la ilicitud de la maternidad subrogada, se plantea, en el colmo de la erosión a la dignidad humana, la compraventa de los llamados vientres de alquiler. Es decir, se pretende reconocer, también en nuestro país, los efectos del tráfico mercantil en relación con la mujer y su cuerpo y el niño por nacer o ya nacido.
Cuándo se lesiona de tal forma la dignidad humana saltándose a la torera las más elementales reglas de la ética y la moral, es momento de levantar la voz y reclamar de nuevo que se proteja al ser humano y que los contratos versen sobre cosas y no sobre personas, pues tal práctica nos retrotrae a momentos de la historia en los que la esclavitud se toleraba y las tratas de seres humanos campaban a sus anchas. En efecto, en el pasado la dignidad del ser humano brillaba por su ausencia pues se la consideraba como las cosas, objeto de la transacción, materia de los contratos. Hoy, parece mentira, de nuevo hay que proclamar a los cuatro vientos que las personas tienen derechos inherentes a su condición de ser humano que son innegociables.
En pleno siglo XXI, en el marco de una crisis general que golpea a los más necesitados, de nuevo la dictadura de los fuertes hace acto de presencia. También con la maternidad subrogada. Ahora, en el colmo de los colmos, se pretende el uso del vientre de una mujer donde se gestará un ovulo ajeno con el fin de facilitar un hijo para una pareja adoptiva. Más que una técnica reproductiva nos hallamos ante la cosificación de la mujer y, por supuesto, del niño.
Una nueva forma de explotación que lleva a mujeres con dificultades económicas en el llamado tercer mundo a alquilar su cuerpo y vender al hijo a personas pudientes de los países desarrollados. Legitimar tales prácticas en las que el embarazo se convierte en un proceso de producción refleja el ambiente moral en el que vivimos. La dignidad de la persona y de sus condiciones de vida es, hoy, quien lo podría imaginar, una asignatura pendiente en la que queda mucho trabajo por hacer y muchas denuncias que plantear. Bastantes. ¿Quién lo podría imaginar?
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es