La censura en los medios de comunicación, propia del dominio del pensamiento unilateral que no tolera la disidencia, es una grosera agresión a la libertad. Vivimos, mal que nos pese, una autocomplaciente exaltación de unos derechos humanos tan pisoteados como reivindicados. Las contradicciones en esta materia reflejan la profunda crisis moral que nos invade.
 
En efecto, el derecho a la vida, por ejemplo, probablemente nunca ha tenido más atentados y desafíos que hoy. La libertad de educación es en tantos países una quimera que ha de ceder ante la obsesiva necesidad de salvaguardar la posición de una burocracia temerosa de perder la posición frente a la lógica competencia que debe existir para contribuir a la mejor enseñanza de los ciudadanos. La libertad de expresión también sufre embates de diferente calado que, en ocasiones, muestran una sutil lesión  del pluralismo y la libre exposición de los diferentes criterios presentes en la opinión pública. Es el caso de lo que ya se denomina, a mi juicio certeramente, censura preventiva.
 
La censura preventiva consiste, en pocas palabras, en presentar algunos puntos de vista sobre determinadas cuestiones desde la manipulación o desde el pensamiento ideologizado. En el mundo de la cultura o de la comunicación, señala el profesor Galli Della Logia, resulta que una sociedad mayoritariamente católica, como la italiana, no cuenta con una proporcional y equilibrada representación de esta perspectiva cultural. Por una razón, porque el pensamiento laicista, aunque minoritario, está más comprometido con sus ideales que el mundo católico y, en los ambientes culturales y comunicativos cuenta con una presencia muy alta que, poco a poco, va expulsando del debate, del espacio de la deliberación pública, a las referencias del pensamiento católico.
 
Normalmente, la forma de proceder de la censura preventiva es muy eficaz. Ante una determinada cuestión, pongamos la eutanasia por ejemplo, frente a los “razonables” y “humanitarios” argumentos de los casos límite, aparece la defensa de la ética de inspiración cristiana representada “siempre” por la jerarquía, por sacerdotes o miembros de la burocracia oficial, por cierto siempre varones. Es decir, el pensamiento ideologizado, y la manipulación que la acompaña, evitan, he aquí la censura, que en el análisis de temas de gran relevancia social se confronten diferentes puntos de vista éticos porque deliberadamente se presenta frecuentemente la cuestión desde la eterna lucha entre el progresismo del librepensamiento y las cavernas que representa la Conferencia Episcopal de turno o el Vaticano.
 
En España, el juego de la censura preventiva alcanza proporciones “proporcionales” al grado e intensidad con que determinadas terminales mediáticas desean destruir una manera de vivir que se basa en el pluralismo, en la libertad y enla verdad. Cuántasveces, en el tema del aborto, de la eutanasia o de la investigación con embriones, aparece la opinión de la ética cristiana representada por obispos, por sacerdotes o religiosos, cuándo existen argumentos de razón que se pueden defender sin un hábito, una sotana o un cargo público eclesiástico. Se trata de argumentos sencillos que no precisan del apoyo dogmático para rebatir con serenidad los puntos de vista de quienes defienden la cultura de la muerte.
 
Sí, hay mucha, mucha censura preventiva, probablemente tanta cuanta repugnancia existe, por mor del pensamiento ideológico, a la libertad y al pluralismo. ¿No le parece?
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.