Las crisis que han surcado la historia de la humanidad han traído consigo grandes cambios y transformaciones de la vida de los seres humanos. La actual, que tiene evidentes rasgos morales y que, por ello, va más allá de una simple deficiencia del funcionamiento de instituciones públicas y privadas, también afecta a la vida cotidiana de muchos millones de personas en el mundo entero.
En efecto, aunque es verdad que Estado y mercado han fallado, hemos de preguntarnos por qué las personas que en estos años han regido los destinos de las principales corporaciones públicas o privadas han equivocado radicalmente el sentido de su tarea. Por un lado, desde la perspectiva política los votos se han convertidos en fines y todo vale con tal de obtenerlos de forma mayoritaria y así gobernar. Por otro lado, si lo único relevante para las instituciones que operan en el mercado es maximizar como sea, a cómo de lugar, y en el más breve plazo de tiempo, el beneficio, el dinero se convierte en el nuevo ídolo ante el que hay que postrarse permanentemente.
La crisis ha venido acelerada, y de qué manera, por el consumismo insolidario imperante que ha sido inoculado, a veces con sutileza, desde las terminales mediáticas de sus grandes beneficiarios. En este sentido, usar y tirar, también a los seres humanos, cuando no se les puede sacar el partido apetecido, ha sido algo asumido como una característica de la nueva gestión.
Sin embargo, en este tiempo de sufrimiento y de privaciones emergen nuevas cualidades humanas que fomentan una vida más completa, una vida más digna. Entre otras razones porque como se ha repetido hasta la saciedad desde el sentido común, el ser humano es más libre cuándo menos necesidades tiene y cuándo es capaz de dar y compartir con los demás. Ahora, intercambiar y compartir vienes y servicios, algo que siempre ha existido, tiene gran relevancia y es descubierto por no pocas personas como algo valioso. Un buen reflejo de estos hábitos los ofrece la red, cada vez con más páginas web destinadas al intercambio de bienes y servicios entre los usuarios. Ahí están experiencias de co-working, espacios de trabajo compartidos, que ayudan al desarrollo de quienes tienen trabajos a tiempo parcial o con horarios flexibles.
La crisis, además, nos invita a pensar seriamente en el sentido que tienen esas peculiares jornadas de trabajo que impiden una vida familiar digna, dificultando el cuidado de los hijos y del cónyuge, restringiendo, también, el tiempo para participar en actividades cívicas o de voluntariado social.
En fin, la crisis agudiza el ingenio, propicia nuevas oportunidades y estimula la creatividad transformando una serie de hábitos que impedían ver, en toda su amplitud, otras manifestaciones de la vida humana. Si nos acercamos a horarios razonables de trabajo y somos capaces de compartir las tareas profesionales saldremos de la crisis de una forma más humana. Ojala que, como reza el refrán, se cumpla esa máxima tan antigua: no hay mal que por bien no venga.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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