Una de las causas de la actual desafección que caracteriza la posición de los ciudadanos en relación con la vida política española tiene que ver, y no poco, con la estructura y organización de los partidos. En efecto, jerarquía y verticalidad dominan, al menos en los partidos tradicionales, la escena de la vida partidaria. El que manda o los que mandan imponen sus puntos de vista, muchas veces sin la participación de la militancia, que ordinariamente es “invitada” a compartir decisiones predeterminadas. La elaboración de las listas electorales  de cara a los comicios del 20-D lo acredita en todas las formaciones, también, quien lo hubiera meses atrás, en los movimientos emergentes.
Los partidos deben regirse por los principios de la democracia, tal como exige nada menos que la Constitución de 1978. Algo, a día de hoy,  como todos sabemos,  bien lejos de ser una realidad. Probablemente porque los dirigentes no están excesivamente comprometidos con la transparencia, con la promoción de la  libre expresión de los militantes en relación a determinadas cuestiones  en las que puede haber diversos puntos de vista. Hoy, guste poco, mucho, o nada, los partidos tradicionales  son todavía, veremos por cuanto tiempo,  organizaciones pétreas, monolíticas, dirigidas, única y exclusivamente, a alcanzar el poder sin otras consideraciones. No se admiten, ordinariamente, las diferencias y, por ejemplo, se evita cómo se pueda que se expresen ideas o argumentos contrarios a la posición oficial, a veces contraria a la propia identidad de la formación. Por eso los partidos están en crisis, por eso cada vez tienen menos apoyo y, por eso, los nuevos movimientos  cosechan las apoyos que cosechan.
Un partido político en el que todos piensan lo mismo y lo repiten acríticamente a pies juntillas, sin debate y sin contrastes, refleja una organización autista, incapaz de debatir. Una actividad, así considerada,  centrada sobre sí misma, aislada de la realidad social porque lo único importante son las cuestiones del poder. En este contexto no es de extrañar que formaciones que plantean, aunque sea demagógicamente y sin expresión real, nuevas fórmulas y más participación, estén recibiendo apoyo popular mientras las estructuras tradicionalesson incapaces de reconocer la realidad, enfrascados, como están, en la mera supervivencia política
 
Jaime Rodríguez-Arana  @jrodriguezarana