Estos días el barómetro del CIS batía el récord de su serie histórica acerca de la corrupción como problema para los españoles. Ahora es precisamente el segundo problema más grave que tiene España según la encuesta que periódicamente publica el instituto oficial de investigaciones sociológicas. No debería sorprendernos a juzgar por las noticias con las que todos los días abren los telediarios y las portadas de los periódicos. Y corrupción en diversos ámbitos: en la política, en las finanzas, en el periodismo, en la abogacía y en otras actividades profesionales, incluso también en quienes reciben subvenciones y prestaciones sociales de las distintas Administraciones públicas.
La política, bien lo sabemos, es un reflejo de la realidad social. A veces, cuando nos quejamos del nivel moral de la llamada clase política hemos de ser conscientes de que en España también ha hecho acto de presencia, y con qué fuerza, el ansia de poder, de dinero y de notoriedad a todos los niveles, tres de los motores que más proyectos e iniciativas despiertan en una sociedad en la que el consumismo insolidario dificulta notablemente una vida cívica de altura en el que reine un ambiente plural y abierto en el que el espacio público sea de todos y para todos. Por eso, no podemos escandalizarnos al conocer nuestra realidad en materia de corrupción. Cada vez va quedando más patente que vivimos en una sociedad en la que todo, casi todo, tienen un precio. Si todo se puede comprar, también la voluntad de quienes deciden.
Este es el gran problema: que todo se mide en función del poder y del dinero. Se va, de esta manera, perdiendo el valor del sentido de las cosas y de las personas. Lo relevante es consumir y consumir, tener y tener. Entonces, la fuerza de las cosas, de los bienes materiales, termina por impedir el pensamiento y la reflexión serena sobre la realidad, que se condena al mundo de lo marginal, de lo anecdótico, de lo que no cuenta, de lo que no tiene interés para los poderosos de este mundo. Así, poco a poco, se va desmontando cualquier atisbo de planteamiento crítico y emerge el primado del esquema único, del carril único por el que deben desfilar aquellos, mansos y sumisos, que pretendan alcanzar posiciones visibles en el tecnosistema.
En este contexto, los que mandan y sus aliados no tienen escrúpulo alguno, tantas veces, en comprar a algunos políticos sin temple moral por un puñado de euros. Incluso en ocasiones, destacados representantes de la nomenclatura se ponen a los pies de los grandes de este mundo con el fin de resolver sus problemas personales. Mientras, se fuerza al pueblo, más o menos sutilmente, a seguir los dictados de la nueva política, la única política posible. Esa que traslada la factura de la crisis a los que menos tienen que ver con ella, mientras que quienes han hecho el agosto con las zozobras financieras disfrutan de sus millones en paraísos fiscales o en forma de bonus o de primas inaceptables y escandalosas.
Todas las soluciones, dicen, han de venir de los poderes públicos, que han ido forjando una omnipotente maquinaria que se lleva por delante lo que sea. Eso sí, se trata de una burocracia al servicio de las tecnoestructuras políticas, mediáticas y financieras, que no mueve un dedo sin que el mando lo autorice. Así, de esta manera, la sociedad queda inerme frente al intervencionismo de unos poderes que desean subsistir porque en ellos habita un ejército de afines que “saben” cómo hacer cualquier tarea que se les encomiende. La corrupción, en este esquema, es una necesidad para que el tecnosistema funcione “adecuadamente”. Incluso se ha llegado a decir por algún experto que un cierto grado de corrupción hasta es sano porque permite un mejor engrasamiento de las estructuras sociales, políticas y económicas.
No nos engañemos, si queremos volver a la normalidad, a una vida cívica exigente, es menester apostar por una educación sólida, porque se enseñe el compromiso con el conocimiento y con la dignidad dela persona. Losderechos fundamentales de todos deben volver a ser el centro del orden jurídico, social y económico. A partir de la igualdad ontológica del ser humano y de la lucha por la libertad solidaria será más fácil sacudirse este pesado yugo de opresión y vileza desde el que se perpetran los mayores atentados a la persona que imaginar se pueda. La lucha contra la corrupción, a pesar de su dimensión estructural y objetiva, tiene una dimensión que se libra en el interior de cada ser humano. Sin esa decisión radical por volver a los valores humanos, por llamar a las cosas por su nombre, por dignificar la vida pública, por considerar que hay cuestiones indisponibles, innegociables es complejo que la referencia ética vuelva a presidir la realidad.
Mientras tanto, los políticos y los partidos miran para otro lado y siguen jugando con la tecnoestructura dominante a controlar ala sociedad. Elgran problema que se observa reside en la baja participación ciudadana en las citas electorales. Un problema que puede terminar por herir de muerte el sistema político salvo que los dirigentes asuman su parte de culpa ante los ciudadanos y se pongan manos a la obra a pensar en cambios y reformas en profundidad. ¿Serán capaces?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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