¿Quién  ha dicho que la economía es incompatible con la sensibilidad social?. ¿Quién ha afirmado que desarrollo económico y justicia social son dos conceptos opuestos y enfrentados?. Éstas y otras preguntas, planteadas en el marco del llamado pensamiento único, nos sitúan en una de las cuestiones más interesantes del debate intelectual de estos años.

Pues bien, no sólo es compatible desarrollo económico y justicia social, sino que, desde el pensamiento compatible y complementario, resulta que  son dos realidades que se necesitan la una a la otra. Analizemos brevemente dos testimonios de este tiempo.

Primero. La Alianza por la Economía Social es una iniciativa británica compuesta por más de cuatrocientas organizaciones como universidades, thinks tanks, emprendedores sociales, sindicatos y organizaciones benéficas ddicadas a la promoción de la economía social. Esta alianza trata de influir a los principales partidos políticos del Reino Unido para que sus programas electorales establezcan medidas de impulso a la economía social pues el binomio Estado-mercado es insuficiente para impulsar el progreso social.

Las consecuencias del predominante, todavía, pensamiento idológico, conducen inexorablemente a pensar que la izquierda apuesta por el Estado y la ayuda voluntaria y la derecha por el mercado y una libertad económica sin límites. Tal reduccionismo, propio de las ideologías cerradas, impide socializar los mercados y hacerlos más ventajosos para la sociedad. Es decir, se trata de crear incentivos que hagan atractiva la inversión social y la conviertan de verdad en una ventaja competitiva para el mercado. Para ello es menester que crezcan las empresas sociales, que termine el monopolio del Estado en la provisión de servicios públicos, que se practique la llamada contratación pública sostenible o estratégica, que se prime fiscalmente la creación de empresas socialmente responsables, que se ayude a los jóvenes promotores y que la formación profesional dual adquiera un relieve relevante.

Segundo.  Amartya SEN, premio nobel de economía, recibió tal alto galardón por  contribuir a restaurar la dimensión ética del debate económico y social, combinando instrumentos económicos y filosóficos. En efecto, son bien conocidas las aportaciones del economista indio sobre el origen de la pobreza, sobre la economía del bienestar y sobre el utilitarismo. Entre sus estudios sobre la teoría de la elección social, destacan los que se ocupan de las medidas de la desigualdad y del modo de definir principios para la comparación del bienestar de los individuos, en los que el premio nobel defiende la necesidad de basar las comparaciones no en la simple medida de los ingresos individuales, sino en las oportunidades que proporcionan esos ingresos.

Las investigaciones más interesantes del profesor Sen quizás sean las centradas en el origen del hambre. Para SEN, las hambrunas no se deben a la falta de producción de alimentos o a las catástrofes naturales, sino a estructuras sociales -falta de democracia o de libertad de prensa- que impiden el control político de los gobiernos. En efecto, como escribe SEN, “el hambre no ha afligido nunca a ningún país que sea independiente, que convoque elecciones con regularidad, que tenga partidos de oposición para manifestar las críticas y que permita que los periódicos informen libremente…”. Es decir, la democracia entendida como punto y aparte gran movilización colectiva, impide, o debe impedir que se den crisis de hambre generalizada. ¿Porqué?. Sencillamente, porque si no hay elecciones, ni lugar para una crítica pública libre, los que tienen la autoridad no tienen por qué sufrir las consecuencias políticas de su fracaso en la prevención de hambrunas. Y, sobre todo, porque cuando se conocen a tiempo los primeros síntomas, se puede reaccionar con diligencia. En sentido contrario, nos encontraríamos con el caso de China en la hambruna de los 60 en la que fallecieron 29 millones de personas. Para SEN, la falta de libertad de prensa confundió al Gobierno, alimentado por su propaganda y por los informes de las autoridades deseosas de hacer méritos: así, existen datos que demuestran que cuando la hambruna llegó a su cenit, las autoridades chinas creían que tenían 100 millones de toneladas más de cereales de las que tenían en realidad.

Por tanto, una posible solución a los problemas de nuestro tiempo, proviene de aplicar el pensamiento compatible en un marco democrático de profunda humanización de la realidad. Economía y justicia social no solo no son incompatibles sino que hoy precisamos que se emtremezclen y entrecruzen. Cuanto más mejor.

Jaime Rodríguez-Arana

Catedrático de Derecho Administrativo