La idea moderna del Estado del Bienestar, como es sabido,  quedó plasmada en el Libro Blanco sobre pleno empleo en una sociedad libre realizado por Beveridge  publicado en 1942. La beligerancia contra el paro y la articulación de una nueva política de prestaciones sociales quedaban fijadas como una nueva política económica, de raíces keynesianas.

Tras el final de la II Guerra Mundial, el modelo se impuso con el triunfo electoral de partidos y formaciones socialistas de todo tipo, también de cuño socialdemócratas, en Europa.

En el ámbito económico, el modelo encontró nuevos apoyos en los descubrimientos de los economistas del bienestar. En efecto, Samuelson entre otros, desarrollaron en los años cincuenta del siglo pasado los fundamentos microeconómicos de la teoría moderna del gasto público, con base en la definición de conceptos tales como los bienes públicos, bienes preferentes y externalidades. El eje central de su estudio se centraba en los «fallos» del mercado, entendiendo por tales las deficiencias que experimenta el funcionamiento libre de la economía para asignar eficientemente los recursos en la producción de algunos bienes y servicios, para generar una distribución más equitativa de la renta y para garantizar un desarrollo sostenido y estable de la economía sin vaivenes cíclicos.

Sin embargo, en la realidad, tales doctrinas contribuyeron, de alguna forma, a alimentar esa colosal maquinaria de poderío estatal en que acabó convertido el Estado del bienestar en su gestión de cuño netamente intervencionista. Un modelo que, sin embargó, a pesar de la impronta dinámica ínsita en su misma formulación, terminó cediendo a la estaticidad convirtiéndose en tantos países en un medio para asegurar el control social. Las consecuencias las estamos sufriendo precisamente ahora.

Pues bien, estas ideas ayudaron a ampliar el grado de intervención del Estado esperando así corregir fallos del mercado. A la vez, animaron a los realizadores de la política económica a crear un sistema de economía mixta capacitado para suplir las deficiencias del mercado. Este modelo funcionó sin grandes dificultades hasta principios de los setenta del siglo pasado, ayudado en gran medida por la prosperidad del momento que permitió conseguir el pleno empleo y mejorar las condiciones de protección social. Pero, su posterior incapacidad para reducir la inflación y el desempleo, y para responder a fenómenos como la crisis del petróleo, frenó su desarrollo y obligaron a construir visiones alternativas. Hoy, el modelo, estancado en su estaticidad, precisa nuevos impulsos, nuevas reformas que lo devuelvan a sus ideas originales. En esos estamos.

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana