Uno de los principios básicos de la Ética pública es que quién ejerce el poder responda de sus actuaciones realizando su tarea de acuerdo con los   valores permanentes y universales del servicio público

 

La historia ha demostrado, lo sabemos bien, que las sociedades corruptas han traído consigo gobiernos corruptos y viceversa. Sobre todo porque cuando se antepone el beneficio personal al bien común se rompe la armonía social. En efecto, cuando aumenta la corrupción, la confianza de los ciudadanos en las instituciones se resiente y se produce esa peligrosa separación entre gobernantes y ciudadanos hoy tan acusada.

 

La corrupción mina, y de qué forma, esa necesaria confianza que debe existir entre representantes y electores, entre ciudadanos y gobernantes. Y esa confianza en el sistema democrático es esencial pues los ciudadanos deben tener razones para depositar su confianza en quienes administran y gestionan los recursos públicos y atienden las necesidades colectivas.

 

En el mundo ex-comunista, la conversión del centralismo burocrático en corrupción institucionalizada produjo unos frutos tan amargos entre la población que hoy este sistema político está tocado de muerte. Por su parte, en el Tercer Mundo la corrupción de los mandatarios ha traído consigo,  lo comprobamos en países que están en la mente de los lectores, un desprecio masivo hacia instituciones y un repliegue a formas de vida que se oponen a los más elementales principios de la cultura cívica. ¿Qué ha pasado en Occidente? Pues que las estafas, el fraude, las operaciones bursátiles irregulares, los sobornos o las malversaciones, están socavando, hay que reconocerlo, la confianza de los ciudadanos en las instituciones y en quienes las representan. En pocas palabras, hoy en el mundo, no podemos negarlo, existe una profunda crisis de confianza en las instituciones públicas y sociales.

En los Estados Unidos, el famoso caso de la conculcación del Código de Honor de West Point, en 1976, por varios cadetes, permitió que también desde las instituciones se tomara conciencia del problema de la corrupción.  Así comienza la preocupación, bien interesante, de las propias instituciones por la mejora y mantenimiento de la integridad colectiva y la de cada uno de los miembros de los organismos. Pero hay que tener en cuenta que toda preocupación a nivel institucional depende en última instancia de la integridad personal del individuo. Esta es la clave: la práctica de las virtudes morales por parte de los ciudadanos. Por eso es necesario que personas honradas presidan hoy las instituciones, porque se negarán a participar por acción u omisión  en la corrupción y así se podrá  recuperar esa confianza perdida. Así de claro.

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana