Estos días se ha vuelto a publicar en los medios de comunicación, fruto de unas estadísticas en la materia, que España ocupa uno de los puestos de cabecera del  ranking del fracaso escolar en Europa. En efecto, no es ningún secreto constatar la realidad española en lo que a los resultados educativos se refiere. Cualquiera de los índices comparativos de evaluación de la calidad del sistema educativo que se maneje, a nivel europeo o mundial, ofrece unos dígitos magros, pobres, impropios de lo que debería ser la educación en un país como es España. Los datos son, sin embargo, los que son y aunque sean exagerados lo cierto y es verdad es que la educación entre nosotros no camina sobre bases sólidas  porque se ha renunciado, más o menos deliberadamente según momentos y gobiernos, a que las niñas y los niños adquieran conocimientos ciertos a través del estudio y del esfuerzo. En cambio, se ha optado por una metodología plana, superficial y frívola, introduciendo a nuestros jóvenes en el partido de los clones del sistema: niñas y niños sin espíritu crítico, sin gusto por el pensamiento, manejables por el consumismo insolidario imperante.
 
Así las cosas, los resultados del fracaso escolar, obviamente, todavía no admiten techo. Veamos. Según parece, volvemos al 30 % de fracaso escolar, la cifra más alta desde el 2000. Ahora, además es mayor el fracaso entre los niños (36%) que entre las niñas (22%). La Autonomía que tiene el peor registro es Baleares seguida de Valencia, Canarias, Andalucía, Murcia y Extremadura. A la cabeza están Asturias, País Vasco, Navarra y Castilla y León. En Ceuta y Melilla el fracaso escolar es todavía mayor (50% y 42% respectivamente).
 
Cómo es sabido, el fracaso escolar se mide obteniendo la tasa bruta de graduados en educación secundaria obligatoria (eso) y restando ese resultado a cien. En cualquier caso, mientras no estemos convencidos de que el futuro de España dependerá de la calidad educativa seguiremos por la senda del fracaso.
 
En fin, también, y sobre todo, en este tema es urgente que los políticos se pongan de acuerdo en un modelo educativo de excelencia.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.