Europa no es, que digamos, un dechado de perfección en lo que se refiere a estabilidad familiar. Si nos atenemos a los últimos datos conocidos, nos encontraremos con que, en efecto, de seguir la progresión por la que vamos, en poco tiempo, la institución familiar brillará por su ausencia. En España la tendencia es la que se observa, con alguna rectificación menor, con carácter general en Europa. Se calcula, de seguir así, que muy pronto por cada matrimonio habrá una ruptura, record realmente triste.
 
Las causas de esta situación son bien conocidas. Las facilidades dadas por el legislador están ahí. Por ejemplo, la ley de divorcio express castiga a los más débiles: mujeres e hijos, precisamente quienes tienen más dificultades para levantar su voz y expresar la tremenda discriminación que produce el nuevo machismo y la desprotección creciente en que esta legislación sume, también,  a tantos niños y a tantas niñas.
 
Un sistema político y social que pretenda promover la libertad solidaria y unas mejores condiciones de vida para las personas debe propiciar espacios de estabilidad. Estabilidad en el orden social, estabilidad en el orden económico y estabilidad en el orden político. De lo contrario, en situaciones de inestabilidad irán saliendo a la luz, lo contemplamos desde hace algunos años a diario,  escándalos financieros y políticos que se suelen generar en estos ambientes inciertos, inestables, volubles, en los que reina la dictadura del relativismo.
 
Apostar por políticas de estabilidad consiste en idear políticas educativas sólidas, fortalecer, como quierela Constitución, la familia, o robustecer las instituciones intermedias de acuerdo con los principios de subsidiariedad y de solidaridad. Justo lo contrario de lo que se hace, pues desde el poder, con esta arbitraria legislación,  se intenta dividir a  determinados españoles, a los que se deja  al pairo, sin protección alguna. Así si estos colectivos son más sumisos, más débiles y más proclives a seguir a pies juntillas la propaganda tecnoestructural, mayor manipulación y mayor control social.
 
Un caso paradigmático lo encontramos en la influencia de los tipos de familia en el rendimiento familiar. Como ha demostrado Nichilas Zill en un informe publicado en Familiy Studies en octubre de este año, los hijos de padres no divorciados son los que menos experimentan conductas depresivas, impulsivas o de ansiedad, son los más protegidos frente a la tristeza, la introversión o la preocupación. Es más, la estabilidad familiar, según este razonable estudio, protege el desarrollo emocional y académico de los niños y las niñas.
 
En fin, las políticas de estabilidad son políticas fundadas en la realidad, son políticas que buscan apuntalar a la persona y sus derechos fundamentales. Son políticas que han de mejorar las condiciones de vida de todos. Son políticas construidas en positivo, con discursos racionales y propuestas serias y aplicables en cada momento. Son políticas que parten de la dignidad de la persona y de la familia como ejes centrales del progreso y desarrollo social que necesitamos.
 
A pesar del aparente triunfo del nuevo pensamiento único radical-burgués profundamente insolidario, de moda en tantas latitudes, también por cierto por estos pagos, es posible articular y construir nuevas políticas orientadas al bienestar integral de todos y  apostar por la defensa de los derechos de todos. Para ello hay que pensar en libertad, hay que comprometerse con la ciudadanía y hay que convocar a todas las personas dispuestas a que triunfe,  frente al inhumanismo imperante, la libertad y la justicia. Es una tarea que bien vale la pena que está al margen de las naderías partidistas.  Porque la familia, ni es de derechas ni es de izquierdas. Es, lisa y llanamente, una institución humana.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo