La estabilidad social es, todos lo sabemos, una de las propiedades más importantes para la existencia de un desarrollo equilibrado y sostenible que contribuya al progreso real dela sociedad. Laestabilidad social tiene muchas variantes, muchas dimensiones. Hoy me quiero detener en el tratamiento que el poder público en este tiempo ha dado a la principal institucional social:la familia. Unainstitución social, primera y principal, abierta a la vida, a la trasmisión de la vida, a la perpetuación del género humano.
Si partimos de que la estabilidad familiar proporciona estabilidad social y de que, en sentido contrario, la inestabilidad familiar ocasiona, a su vez, inestabilidad social, con sólo comparar las cifras de los divorcios y rupturas de este tiempo con períodos anteriores, tendremos una rápida conclusión acerca del tema que me ocupa en el artículo de hoy.
En el gobierno de Zapatero, segundo mandato, se aprobó una de las leyes más machistas y discriminadoras de la reciente democracia española. Me refiero a la ley del divorcio exprés, en cuya virtud se podía destruir un matrimonio con la sola voluntad de uno de los cónyuges y sin causa especial. Es decir, se deja la institución matrimonial en manos de la parte más fuerte, condenando a la parte más débil a sufrir las consecuencias de semejante norma jurídica. Las consecuencias no se han hecho esperar y ahí están para quien los quiera consultar.
En efecto, si leemos los datos publicados, comprobamos el crecimiento exponencial en estos años de los divorcios y las separaciones, a veces incluso por encima del 40% de los matrimonios celebrados. Es decir, se facilita la ruptura de la principal institución social. ¿Por qué razón?. Sencillamente, porque interesa facilitar un ambiente de inestabilidad, de desequilibrio social en el que la disolución de las principales instituciones sociales permita el fabuloso y colosal primado de la manipulación. Cuanto más inerme y desprotegida esté la familia, más fácil manejar a los ciudadanos, sobre todo a los que más sufren en estas crisis.
Un caso paradigmático lo encontramos en la influencia de los tipos de familia en el rendimiento familiar. Como ha demostrado Nicholas Zill en un informe publicado en Familiy Studies en octubre de este año, los hijos de padres no divorciados son los que menos experimentan conductas depresivas, impulsivas o de ansiedad, son los más protegidos frente a la tristeza, la introversión o la preocupación. Es más, la estabilidad familiar, según este razonable estudio, protege el desarrollo emocional y académico de los niños y las niñas.
En efecto, la estabilidad social, consecuencia de la fortaleza de las instituciones sociales, es, por el contrario, el contexto en el que mejor crecen y se desarrollan las personas y, también, es el ámbito más propicio para que la estabilidad política y económica sea una venturosa realidad. Hacia la estabilidad social es hacia dónde tenemos que orientarnos, hacia la construcción de familias generadoras de armonía social abiertas nuevos seres humanos, hacia un ordenamiento jurídico pensado para construir, no para destruir, para proteger, no para desproteger. ¿Tan difícil avanzar en esta dirección?
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.
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