Días atrás, leyendo un reciente texto del Papa Francisco, me llamó la atención que dijera algo muy antiguo y muy moderno: que la ideología es una enfermedad del espíritu. Ni es el primero que lo dice ni será el último. La afirmación suele ser esgrimida por personas que tienen experiencia de la vida y que saben, porque lo han experimentado, las consecuencias de los fanatismos, sectarismos y fundamentalismos a que las ideologías, no las ideas, han dado lugar en el pasado y, lamentablemente, siguen provocando en el presente.
 
Una precisión: cuando me refiero a la ideología, no lo hago, ni muchos menos, en términos despectivos por asumir solamente postulados eminentemente pragmáticos. Todo lo contrario. Pretendo llamar la atención sobre lo negativo que trae consigo el pensamiento bipolar, maniqueo o ideologizado que, en esencia, lo que pretende es construir “a priori” la realidad en términos de buenos y malos para, a renglón seguido, despachar certificados de “progresistas” o “conservadores” a diestro y siniestro. Es más, estos “saberes de salvación” que son las ideologías cerradas y que hasta no mucho eran los grandes dominadores del espacio intelectual o cultural, hoy han caído, y bien hondo, a pesar de que todavía haya quienes, por su desubicación intelectual, no se hayan percatado de ello.
 
Pues bien, ante la magnitud de la derrota, el peligro subsiguiente estriba en apuntarse, también acríticamente, al bando de la eficacia, de lo que funciona, olvidando las ideas. Me atrevería a decir en este sentido que el ocaso de las ideologías cerradas supone la emergencia de las ideas. Sí, del pensamiento libre, de las ideas que surgen de la mentalidad abierta y del pensamiento plural, dinámico y complementario.
 
Como es sabido, la ideología, como han recordado no pocos pensadores, es una enfermedad del espíritu  porque reduce y manipula el entendimiento de la realidad impidiendo ver e interpretar las cosas y las ideas tal y como son. En su lugar, se entienden las ideas desde un solo punto de vista y al servicio de unos  concretos fines y objetivos previamente determinados. En general la ideología se nos presenta siempre bajo una representación abstracta cargada de emotividad y no poca subjetividad que pretende agotar totalmente la realidad.
 
¿Cuáles son los síntomas de esa enfermedad del espíritu que se llama ideología?. Muy sencillos y frecuentes es los ambientes en los que no hay ideas: las palabras   se transforman en  abstracciones, normalmente convocantes al odio o a la confrontación, que poco a o nada tienen que ver con una realidad que el ideólogo manipula en función de objetivos prefijados.
Sin embargo, hoy todavía persisten ideologías que reducen el campo de visión del hombre y lo alienan de forma lamentable. Hoy todavía hay enfervorizadas defensas, con carácter de absoluto, del mercado, del Estado, o de la opinión pública. Hoy, todavía, hay mucho pensamiento único, en una y otra dirección, todavía hoy persiste una fenomenal tecnoestructura  a la que molesta mucho la crítica y la libertad de las personas. Por eso, hoy todavía, aunque parezca mentira, tenemos que librar una gran batalla para dignificar la escuela, la familia, la política, la economía. Hoy, uno de los grandes desafíos que tenemos es liberar la libertad, desmercantilizar el mercado, desburocratizar la burocracia y, sobre todo, facilitar que la participación social sea libra y efectiva. Y, sobre todo, recuperar el gusto por pensar en libertad, algo que, por la presión dominante, empieza a ser una tarea peligrosa.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es