La vuelta de los Talibán al poder en Afganistán coloca en el candelero la cuestión del Islam y la necesidad de su modernización. En efecto, no es ningún secreto que el mundo islámico es el que tiene menos democracia y en su seno no hay ningún país que haya pasado del Tercer al Primer Mundo.

¿Por qué será?  William Pfaff, famoso especialista en política exterior fallecido en 2015, señalaba como causas de esta situación, que en la sociedad islámica la autoridad estatal y la religiosa se confunden y que los esfuerzos por establecer una base no teológica, intelectualmente legítimo, fallaron. La segunda razón que esgrime este comentarista se centra en que Occidente, a diferencia del Islam, sostuvo con Tomás de Aquino, que la razón y la fe son dos ámbitos intelectualmente armónicos, pero diferentes. Por estas razones, según este analista el que está amenazado es el mundo musulmán, no Occidente. No discuto, ni mucho menos, que esto no sea así. Pero también conviene llamar la atención sobre algunos aspectos del Occidente actual, como puede ser la falta de sensibilidad hacia la dignidad del ser humano y la aparición de un individualismo y consumismo feroz que dificulta la participación real de la ciudadanía y la aparición, como decía Tocqueville, del despotismo blando.

Fareed Zakaria, periodista norteamericano especializado en relaciones internacionales señalaba hace pocos años que el fundamentalismo islámico nace del fracaso de la modernización en el mundo musulmán. “Para modernizar, dice, no bastan gobernantes fuertes y petrodólares. Importar mercancías extranjeras es fácil, pero importar los elementos propios de una sociedad moderna –libre mercado, partidos políticos, imperio de la ley- es difícil y peligroso”. En lo político, los gobiernos del Golfo ofrecieron a sus pueblos un trato: os sobornamos con riqueza, pero a cambio nos dejáis seguir en el poder. Ciertamente, aunque la gente de estos países ve más la televisión y conoce nuevas realidades, no ve una verdadera liberalización de la sociedad, no ve nuevas oportunidades, no ve espacios para la disidencia. Como dice Zakaria, “el mundo árabe es un desierto político sin verdaderos partidos políticos y sin prensa libre (…) donde la mezquita es el lugar de la discusión política”. Además, los grupos como Hamás o Hizbolá proporcionan servicios sociales, asistencia médica, consejo o soluciones en materia de vivienda. Si esto es la sociedad civil …

Finalmente, Zakaria reconoce que la causa principal del auge del fundamentalismo islámico es el fracaso total de las instituciones políticas en el mundo árabe. Mientras las élites políticas prefieren no ver esta realidad, el Islam está siendo dominado por grupos fundamentalistas rígidos y contrarios a la modernidad. Termino, Occidente también debe hacer un profundo examen de conciencia en no pocos temas. Sobre todo, tras la vergonzosa huida de Afganistán.

 

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana