Las Cajas de Ahorros, esas beneméritas instituciones que nacieron hace tantas décadas para comprometerse, desde el punto de vista financiero, en la realización de obras y actividades de inequívoco acento social, hoy están liquidadas. No sólo por su transformación en bancos en sentido estricto sino porque su obra social está pendiente de un hilo. Hasta ahora había una dotación establecida para garantizar la atención de este quehacer social pero según parece la supervivencia de esta previsión también corre serio peligro.

 
En estos tiempos de crisis y de transformaciones se está apuntando a la economía como si la solución fuera únicamente de orden cuantitativo. Y, sin embargo, la verdad es que el problema, y su etiología, son de más amplio calado. En mi opinión, la crisis, y su salida, reclaman una nueva mentalidad y un sólido compromiso cultural y humanista que no pasa precisamente por cargarse la dimensión social de estas instituciones. Precisamente, de lo que se trata es de evitar el primado de lo técnico sobre lo social. Más bien, lo técnico y lo social, lo económico y lo cultural, son pares de conceptos que debieran construirse y desarrollarse desde el pensamiento complementario, no desde el pensamiento único de confrontación o de contraposición.
 
El gran problema de la crisis, sobre todo en Europa, es que  se pensó que el tránsito a la unión política y cultural vendría de la mano de la integración económica y financiera. Sin embargo, lo que tenía condición de medio se acabó convirtiendo en un fin y las cuestiones políticas y culturales, las más importantes y relevantes, acaban siendo excluidas de la actual agenda reformista.
 
En efecto, hemos construido, sin concurso del pueblo, aislado en un consumismo insolidario galopante inoculado desde las terminales mediáticas de las tecnoestructuras dominantes, una Europa de los mercaderes en la que los conceptos más manejados son prima de riesgo, deuda, agencia de calificación, crédito…Mientras tanto, las nociones propias del temple humanista y de la cultura cívica que tanto contribuyeron a forjar esa conciencia europea favorable a la libertad y a la dignidad del ser humano, no tienen cabida en esta colosal operación de control y manipulación que se cierne sobre el viejo continente.
 
Una proyección del dominio de lo económico sobre lo social, y del ambiente reinante, lo tenemos, sin ir muy lejos, en la más que probable desaparición de la obra social de unas cajas de ahorro convertidas al negocio financiero puro y duro al servicio de inconfesables intereses políticos partidarios. Una desaparición que apenas es denunciada puesto que el que osa levantar la voz frente a esta tiránica demostración de poder, corre el peligro de se condenado a la soledad o al meditación interior.
 
A pesar de todo, de lo que vemos y de lo que no vemos, a pesar de que las cosas pueden empeorar, al final el agua volverá a su cauce y las cosas se arreglarán. Ojala que así sea a partir de un compromiso político y cultural que apueste por devolver a la dignidad del ser humano la posición central en el sistema. Precisamos de una honda y pacífica revolución humanista que devuelva a Europa al gusto por el pensamiento, por el derecho y por la solidaridad.
 
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es