La cuestión electoral es uno delos pilares del sistema democrático. Sin elecciones libres, plurales y sin un procedimiento que refleje fielmente las preferencias de los electores en escaños parlamentarios, el sistema  democrático sería una quimera. Periódicamente, sobre todo cuando se prevén incertidumbres electorales, se plantean cambios y transformaciones del sistema electoral. Cambios y transformaciones que por necesarios que sean, que en algunos casos lo son, deben abordarse en un ambiente de serenidad y tranquilidad que no proporciona luego el calendario electoral.
En un régimen en el que el pluralismo político es uno de sus valores superiores es lógico que se facilite que en la sede parlamentaria estén reflejadas todas las opciones políticas que dispongan de respaldo electoral razonable. Por eso, el sistema electoral, en lugar de perjudicar a las pequeñas formaciones, si creemos en la protección de las minorías, debería facilitarlas. De la misma manera, porque es compatible con la protección de las minorías, es menester buscar fórmulas que garanticen la estabilidad y la gobernabilidad pues los ciudadanos tenemos derecho a un buen gobierno a una buena pública.
Si se desprecian las minorías y si se torpedea la estabilidad, se carga contra elementales derechos de los ciudadanos. En efecto, si se exigen determinados mínimos generales de preferencia electoral se está lesionando el pluralismo político. Y, por otra parte, si quien dispone de una mayoría sólida, cercana al 50% por ejemplo, no puede gobernar por producirse un bloqueo las demás opciones políticas, parece que se estarían cercenando las preferencias de los electores expresadas en las urnas.
Por eso, en Grecia y en Italia, a los partidos más votados se les premia con un plus de representación electoral. En concreto en Italia estos días se ha aprobado una reforma que permite al partido que obtenga el 40% de los votos la mayoría en la Cámara a través de una asignación de diputados que permite disfrutar de la mayoría necesaria para gobernar con mayoría suficiente. Y si no se llega a tal porcentaje, entonces se abre una segunda vuelta entre los dos partidos más votados.
La clave para encontrar la mejor fórmula, como en tantas cosas, reside  en el equilibrio entre el pluralismo político y el derecho a gobiernos estables. El espectáculo de gobiernos débiles que duran meses y la inaccesibilidad al parlamento de opciones minoritarias son cuestiones que han de ser abordadas con calma y serenidad. No en el fragor de la contienda electoral. No en el marco de procesos electorales en curso.
Desde 1978 disponemos de un sistema electoral que si bien era útil para ese, hoy, casi cuarenta años después, ya no es útil y debe ser repensado por la sencilla razón de que la ciudadanía no está nada contenta con el funcionamiento en general del sistema político. No pasa nada porque se reforme el sistema electoral en cuanto  pasen las próximas citas electorales. Italia lo está haciendo en este tiempo. Y nosotros deberíamos, tras las elecciones generales de diciembre, poner en marcha una reforma general, y a fondo, de una Constitución que en 1978 tenía pleno sentido y significado pero que hoy, en muchos aspectos, debe ser modificada. No pasa nada porque es algo imprescindible y lógico.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana