El espacio del centro es dinámico, en permanente evolución, porque el centro no es una estación de llegada, sino un camino caracterizado por la mentalidad abierta, la metodología del entendimiento, la sensibilidad social y la centralidad de la dignidad humana en el que se trabaja desde la realidad y con la razón. El espacio del centro es el espacio de la política, el de la mejora de las condiciones de vida de las personas, no el de una amorfa e insensible gestión administrativa acortanada, artificial, que solo aspira a permanecer como sea en la cúpula.
Hoy es menester la vuelta al centro, más allá de frases y eslóganes, pues necesitamos como agua de mayo regresar al compromiso radical de defensa de los derechos fundamentales de las personas en un ambiente de respeto, de búsqueda de acuerdos y de búsqueda real del interés general.
El compromiso con el centro político es una llamada a una auténtica participación social en el debate público, participación que no significa necesariamente participación política militante o profesional, sino participación política en el sentido de participación en el espacio colectivo, de intercambio de pareceres, de interés por la cosa pública, de participación en la actividad social en sus múltiples manifestaciones, de acuerdo con nuestros intereses, implicándose consecuentemente en su gestión con los criterios de moderación y de conocimiento
.
Este giro al centro tiene que significar ante todo un cambio ético que vaya dirigido a hacer reales los postulados del Estado de Derecho, hoy secuestrados por ciertas minorías que lo usan para disfrutar de sus posibilidades al margen del pueblo y de los intereses generales. Para ello, si de verdad se busca el centro político, habrá otra vez que recordar los pilares sobre los que descansa.
En primer lugar, una mentalidad
abierta a la realidad y a la experiencia, que nos haga adoptar aquella actitud
socrática de reconocer la propia ignorancia, la limitación de nuestro
conocimiento como la sabiduría propia humana, lejos de todo dogmatismo, y al
mismo tiempo de todo escepticismo paralizador y esterilizador que nos impulsa
necesariamente a una búsqueda permanente y sin tregua, ya que la mejora moral
del hombre alcanza la vida entera.
En segundo término, una actitud dialogante que facilite un permanente ejercicio del pensamiento dinámico y compatible que permita captar la realidad no en díadas, tríadas, opuestas o excluyentes, sino percatándonos, de acuerdo con aquel dicho del filósofo antiguo de que, en el ámbito humano y natural, todo está en todo. Conscientes de que en la búsqueda de la pobre porción de certezas que por nuestra cuenta podamos alcanzar, necesitamos el concurso de quienes nos rodean, de aquellos con los que convivimos.
Y en tercer lugar, una disposición de comprensión, apertura y respeto absoluto a la persona, consecuencia de la convicción profunda de que sobre los derechos humanos debe asentarse toda acción política y toda acción democrática.
Hoy, ante el avance de los populismos, instalados en la defensa de una parte de la sociedad, precisamos espacios políticos desde los que se pueda gobernar para todos y con todos. Necesitamos moderación, que parte de convicciones firmes, necesitamos amplitd de horizontes, liberación de esteriotipos y cliches ideológicos, y, sobre todo, hombres y mujeres sin complejos que dirigan los destinos de la nación comprometidos con que la democracia vuelva a ser el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no el gobierno de una minoría, por una minoría y para una minoría, sea esta cual sea. Se precisa devolver a este país la frescura y la lozanía de la política, de la política sin complejos, de la política que descansa en las convicciones, de la política que aspira a representar a muchas personas que creen de verdad en la libertad solidaria. Sin embargo, la tarea no es sencilla, todo va a depender de si se entiende, y se sabe transmitir a los españoles, que para ser moderado hay que tener convicciones firmes y, sobre todo, hablar sin complejos, proponiendo medidas creibles.
Jaime Rodríguez-Arana es autor del libro prologado por Adolfo Suárez: El espacio del centro, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 2001.