Colocar a las personas en el centro de la acción política conduce a una disposición de prestar servicios reales a los ciudadanos, de servir a sus intereses reales. En este sentido, el entendimiento con los diversos interlocutores es posible partiendo del supuesto de un objetivo común: libertad y participación.
La importancia de los logros concretos, los resultados constatables -sociales, culturales, económicos…- en la actividad pública, no derivan de la importancia del éxito del agente político, sino de las necesidades reales de la ciudadanía que, viéndose satisfechas, permiten alcanzar una condición de vida que posibilita el acceso a una más plena condición humana.
Una más profunda libertad, una más genuina participación, son el fruto de la acción política moderna que se realiza desde el espacio del centro. Las cualidades de la persona no tienen un carácter absoluto. El ser humano no es libre a priori. Más bien, la libertad de los hombres no se nos presenta como una condición preestablecida, como un postulado, sino que la libertad se conquista, se acrisola, se perfecciona en su ejercicio, en las opciones y en las acciones que cada hombre y cada mujer empieza y culmina.
La libertad es ante todo y sobre todo el rasgo en el que se declara la condición humana. Las libertades formales no son el fundamento de la democracia. El fundamento de la democracia son los hombres y mujeres libres. La política se debe entender, pues, como un ejercicio a favor de cada individuo, que posibilita a cada vecino, a cada vecina, su realización libre y solidaria como persona. Justo lo contrario de lo que se ve y se practica en este tiempo: la política como operación de contro social y de captura del voto por el que procedimiento que sea, como sea. Así nos va,claro.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana