Estos días, el 25 de octubre para más señas, se cumple un nuevo aniversario de uno de los hitos más importantes de la reciente historia de España: la firma de los llamados Pactos de la Moncloa. Con tal ocasión, la  Sociedad Civil  por el Debate y la Asociación de Exparlamentarios tuvieron la brillante idea de conmemorar la efemérides con un acto celebrado en el Círculo de Bellas Artes en el que tuve el honor de participar junto a otros ex parlamentarios y  representantes cualificados de la sociedad española bajo la moderación de Manuel Campo Vidal.
Los Pactos de la Moncloa, como es sabido,  se rubricaron entre el Gobierno  y los grupos parlamentarios  hace ya treinta y ocho años. Se alumbraron en 1977 gracias al compromiso alcanzado entre todos los partidos para  superar un momento de grave crisis económica y social. Son unos Pactos que, junto a la misma Constitución de 1978, aprobada el 6 de diciembre de ese año, constituyen el mejor legado que nos dejó una generación de políticos que supieron anteponer los legítimos intereses partidarios al interés general. Pactos de la Moncloa de 1977 y Constitución de 1978 son dos hechos relevantes animados por el mismo espíritu de entendimiento, tolerancia y acuerdo que caracterizó unos años de los que muchos españoles nos sentimos muy orgullosos.
La lectura ahora del texto de los Pactos de la Moncloa enseña la importancia que tiene trabajar sobre la realidad. El diagnóstico de la realidad española en aquel tiempo se formuló por las autores de los Acuerdos con meridiana claridad y permitió abordar los principales problemas económicos, políticos y sociales de entonces en la búsqueda de soluciones concretas. Atrás quedaron legítimas diferencias porque prevaleció la adopción de medidas específicas  para mejorar las condiciones de vida de los españoles. El ambiente de entendimiento fraguó unos Pactos que hoy recordamos y que también constituyen un antídoto frente a visiones que pretenden aplicar modelos teóricos y abstractos, sin fundamento en la realidad, de forma unilateral y totalizante.
En efecto, los Pactos de la Moncloa de 1977 y la Constitución de 1978 son dos acontecimientos políticos y jurídicos de los que si debemos hacer memoria. Dos hitos que han permitido un largo período de paz y prosperidad sin precedentes en el que se abrieron espacios de libertad y solidaridad idóneos para construir unas instituciones políticas y administrativas asentadas sobre el solar de la democracia.
En aquel entonces, 1977 y 1978, se cumplió una vez más  esa máxima  que debiéramos tener más presente: “en todas las empresas humanas, si existe un acuerdo respecto a su fin, la posibilidad de realizarlas es cosa secundaria…”. Hoy, gracias al tesón y al esfuerzo de aquellos españoles que hicieron posible los Pactos de la Moncloa de 1977 y la  Constitución de 1978, la consolidación de las libertades y el compromiso con los derechos humanos son una inequívoca realidad, con luces y sombras, entre nosotros.
Es verdad, como también es cierto que, sin embargo, la contemplación en lo mucho que se ha hecho no nos puede hacer olvidar que  también ahora vivimos tiempos en los que este espíritu de entendimiento, de tolerancia y de búsqueda del bienestar general de todos los españoles debe volver a presidir la vida política, social y económica de nuestro país. Sobre todo porque hay muchos asuntos de Estado, como la sanidad, la educación, la justicia,  la función pública, el modelo territorial, entre otros, que llevan tiempo anquilosados y precisan de nuevos impulsos modernizadores para los que se precisa un ambiente de diálogo y de encuentro hoy bien precario. Un ambiente que debiera animar fundamentalmente una puesta al día de la Constitución de 1978 para que siga presidiendo, con los cambios que sean pertinentes, la convivencia pacífica entre todos nosotros.
Pues bien, recordar ahora  aquellos tiempos puede ayudarnos a repensar  los valores y los principios que hicieron posible aquellas gestas colectivas y renovarlos para proyectarlos sobre la realidad del presente. Volver a meditar sobre esos valores y principios ayudará a buscar nuevos pactos, pues en este tiempo se han cerrado muchos canales de comunicación que, al servicio de todos los españoles, deben reabrirse para explorar espacios de acuerdo y entendimiento.
En efecto, podríamos ahora preguntarnos, en 2015, ¿cuál es la herencia, el legado, que nos dejaron los políticos de aquel tiempo?. Muy fácil: un amplio espacio de acuerdo, de consenso, de superación de posiciones encontradas, de búsqueda de soluciones, de tolerancia, de apertura a la realidad, de capacidad  para el diálogo que, hoy como ayer, siguen y deben seguir fundamentando nuestra convivencia democrática. En otras palabras, los autores de aquellas obras maestras demostraron la fuerza del del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario al servicio del libre desarrollo de las personas en un contexto socio-económico justo y digno.
Este espíritu al que me refiero -de pacto, de acuerdo, de diálogo, de búsqueda de soluciones a los problemas reales- aparece cuando de verdad se piensa en los problemas de las personas concretas, cuando detrás de las decisiones que hayan de adoptarse aparecen las necesidades, los anhelos y las aspiraciones legítimas de los ciudadanos. Por eso, cuando las personas son la referencia para la solución de los problemas,  se dan las condiciones que hicieron posible los Pactos de la Moncloa de 1977 y la Constitución de 1978: la mentalidad dialogante, la atención al contexto, el pensamiento compatible y reflexivo, la búsqueda continua de puntos de confluencia y la capacidad de conciliar y de escuchar a los demás. Y, lo que es más importante, la generosidad para superar las posiciones divergentes y la disposición para comenzar a trabajar juntos por la justicia, la libertad y la seguridad desde un marco de respeto a todas las ideas.
Cuando se trabaja teniendo presente la magnitud de la tarea  cobra especial relieve el proverbio portugués que reza “el valor crea vencedores, la concordia crea invencibles”. Es anecdótico lo que voy a escribir, pero la misma razón puede encontrarse en aquella cantinela –“el pueblo unido jamás será vencido”- tan repetida en el período constitucional. Podremos disentir en no pocas de las cuestiones que nos afectan a diario, pero habremos de permanecer unidos en la prioridad de los valores que los Pactos de la Moncloa y la Constitución reconocen.
La resolución de la presidencia del Congreso de los Diputados  de 27 de octubre de 1977, publicada en el Boletín Oficial del  Estado del 3 de noviembre ese año, reconoció que los Pactos de la Moncloa constituían un hecho positivo y esperanzador para superar la crisis y consolidar la democracia de entonces. Hoy treinta y ocho años después, en otro contexto y en otras circunstancias, es más urgente que nunca que se recupere ese ambiente de entendimiento, de encuentro y de disposición al acuerdo para la búsqueda de soluciones que mejoren la calidad de la democracia y, por ende,  las condiciones de vida de los españoles.
 
Jaime Rodríguez-Arana, Catedrático de Derecho Administrativo y Miembro de la Academia Internacional de Derecho Comparado de La Haya