Hoy vivimos tiempos de cambios y transformaciones evidentes. Los valores de la sociedad tradicional han quebrado, pero no lo han hecho los valores humanos, los valores sobre los que descansan la civilización y la cultura que de alguna manera constituyen valores permanentes inscritos en la misma condición humana y en sus derechos inviolables. Por eso, la construcción de una civilización o de una nueva cultura no podrá hacerse sin volver sobre ellos.
Sin embargo, no se trata de hacer una repetición mimética, sin más, no se trata de fotocopiar o de clonar. De lo que se trata es, en relación con los valores humanos, remozarlos, renovarlos, y dotarlos de una nueva virtualidad. Para ello es imprescindible disponer las técnicas y los procedimientos al servicio de la dignidad humana y de sus derechos fundamentales, no al revés, como se viene practicando desde hace tiempo, hoy más que nunca, en que el dominio tecnoestructural aliena y narcotiza a tantos millones de personas en todo el mundo a través de las más variadas técnicas de manipulación social.
Por eso, frente al reto productivo, al reto técnico y al reto tecnológico, debemos añadir el auténtico reto de fondo que es el reto ético, ínsito también, y sobre todo, en el Derecho en cuánto ciencia social consistente en la realización de la justicia. Se trata de un reto o desafío que interpela a todas las ciencias sociales y que intenta contestar a la gran pregunta acerca del sentido de la vida del hombre, y de la mujer, y de su carácter medular en la realidad jurídica, económica y social.
El estudio y la investigación en las distintas áreas que conforman las ciencias sociales, o proporcionan una mayor calidad de vida a las personas, o no son dignas de tal nombre, al menos en un Estado que se califica como social y democrático de Derecho. Eso quiere decir, ni más ni menos, que a su través, a través de este modelo de Estado, por medio del Derecho, la Economía, la Historia, la Sociología… deben diseñarse técnicas y procesos orientados y dirigidos a la defensa, protección y promoción de los derechos fundamentales de la persona y, cuando sea el caso, a remover los obstáculos que impidan su realización efectiva en la cotidianeidad.
En otras palabras, o se consigue una mayor calidad de vida, unas mejores condiciones de vida para los habitantes del planeta, especialmente para los más necesitados, o las ciencias sociales se habrán convertido en fines, que no en medios al servicio de la mejora de la vida de los ciudadanos. Y, hoy, con la que está cayendo, el dilema no es complicado: defender, proteger y promover la dignidad humana, sí su solución. Una solución que no viene de las ideologías cerradas como se ha experimentado en el pasado, ni de los liderazgos cesaristas de un lado o de otro. Al final la clave está en el compromiso de los ciudadanos por construir una sociedad más abierta, más sólida, más humana en la que la política ocupe el lugar que le corresponde y en la que las iniciativas sociales generadoras de libertad solidaria lleven la voz cantante. Casi nada.
Jaime Rodríguez-Arana @jrodriguezarana