Las encuestas, de diverso orden y procedencia, acerca de la opinión de la gente en relación con la política y el comportamiento de sus principales actores, coinciden en poner de manifiesto, cada vez más, la profunda distancia que existe entre la ciudadanía y los cuarteles generales de las diversas formaciones partidarias. Algunas encuestas, en España, por ejemplo, sitúan la política, y la corrupción que la acompaña, como uno de los problemas más graves que aqueja a la sociedad actual. Los políticos y la política suelen ser, con leves oscilaciones, uno de los problemas más graves que aquejan a los españoles, ahora en tiempos de crisis económica, de forma manifiesta.

El gobierno del poder judicial se entrega a los partidos políticos, que dominan un escenario en el que la sumisión e suele ser en muchos caos, no en todos por supuesto, requisito fundamental para alcanzar estas altas responsabilidades, tal y como también acontece, de otra manera, en el poder ejecutivo y en el poder legislativo. Es decir, en lugar de Estado de Derecho vivimos en un Estado de partidos, cuyas tecnoestructras tienen en sus manos el destino de los poderes del Estado.  Un Estado de partidos, en ocasiones, Estado de dirigentes, pues en estos tiempos los idearios de las formaciones son sustituidos, sin mayores problemas, por las ideas del presidente de turno del partido.

En este ambiente, es muy difícil, aunque no imposible, que las reformas y la renovación que precisamos procedan del interior de los partidos porque sus dirigentes no parecen dispuestos a renunciar a los privilegios de los que disponen y a un status quo que les permite nombrar legiones de cargos ampliando su poderío de forma colosal.  Hoy, por tanto, es menester quebrar esa partitocracia que ahoga las iniciativas sociales que podrían aportar la vitalidad de la realidad a un mundo dominado por el oficialismo y la artificialidad. En una palabra, por la obsesión del mando y del poder, sin importar la calidad de los medios para alcanzarlo.

Hoy precisamos democratizar la democracia, renovar el sistema democrático porque la acción política no se agota en los partidos y porque se precisa movilizar a la sociedad civil a partir de proyectos impregnados de una cultura política y cívica participativa centrada en la dignidad del ser humano.

La renovación que se precisa para fomentar la participación política, para erradicar el dominio de las tecnoestructuras que se impone sin debate a los militantes y afines, para impulsar procesos de mayor participación social en la determinación del interés público y del interés general, reclama personas ilusionadas con la misión de servir a la sociedad más que en servirse del poder para permanecer en él como sea. Hoy se pueden implementar estos cambios, mañana será tarde.

 

Jaime Rodríguez-Arana

@jrodriguezarana