En estos tiempos en que nos ha tocado vivir, con alguna frecuencia conviene reflexionar sobre el grado, y la calidad, del ejercicio de las libertades en el seno de nuestras democracias. En teoría, los sistemas democráticos se caracterizan, entre otras cosas, por la existencia de un espacio de deliberación público en el que todas las opiniones, absolutamente todas, pueden expresarse sin más límites que el del respeto a las personas y la apología del delito obviamente. Pues bien, estos días observamos cómo se reacciona precisamente ante la mofa y la burla de ciertas convicciones religiosas.
En efecto, hoy en día, con no poca frecuencia, el pensamiento único dominante prohíbe de muy sutiles formas la emergencia de pensamientos que salgan del carril de la doctrina oficial. Es más, si uno se atreve a desafiar esa dictadura de lo políticamente correcto o conveniente, puede encontrarse ante una campaña de opinión sencillamente por haber expresado en voz alta o por escrito sus puntos de vista sobre algunas cuestiones. Por ejemplo, si alguien escribe o dice que el matrimonio y la unión de hecho son realidades jurídicas distintas puede sufrir ciertas operaciones de descrédito. No digamos lo que le puede acontecer a quien se le ocurra señalar que la interrupción voluntaria del embarazo lamina el derecho a la vida un ser humano en potencia. En cambio, si se ridiculizan o se estigmatizan determinadas convicciones religiosas o morales de relevantes mayorías no alineadas con el pensamiento dominante, entonces aparece la guillotina mediática y sus verdugos aplican el linchamiento o aislamiento ideológico automáticamente. Y, si la mofa o burla se dirige a ciertos colectivos, entonces es mejor emigrar al Polo Norte por si acaso. Estos días lo estamos comprobando en relación a quienes sostienen que la libertad de expresión no es absoluta y que hay ciertas formas de expresión que vejan dichas sensibilidades que deben evitarse por respeto a las convicciones de los demás.
Estos ejemplos, a los que se podrían agregar algunos más que de seguro están en la mente de los lectores, demuestran hasta que punto vivimos en un ambiente de censura hacia lo que contraria o desafía al pensamiento dominante. En otras palabras, el pluralismo hoy es una falacia. La manipulación es cada vez más frecuente. No todo se puede expresar, no todo se puede publicar. Sólo, y casi exclusivamente, lo que se alinea con las preferencias y deseos de esta minoría que hoy gobierna en lo político, lo mediático y en lo financiero. Una minoría transversal que juega con la baza de esta nueva dictadura, sutil, pero eficaz e implacable. La única crítica proveniente de estos ambientes a Francisco se ha producido por afirmar que la libertad tiene límites y de que no se puede provocar menospreciando convicciones religiosas.
Por supuesto, la reacción violenta contra la crítica a las convicciones no es procedente. Por eso, los atentados de París de estos días deben condenarse con toda la fuerza que se tenga. Escrito lo cual hay también que afirmar con la misma radicalidad que la libertad de expresión tiene límites: no se puede usar para mofarse o burlarse de convicciones morales o religiosas de millones de personas incitando el odio y el rencor. ¿O sí?.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo. @jrodriguezarana
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