En efecto, la apertura, la capacidad receptiva, el diálogo, como actitudes básicas en la acción política, son condiciones imprescindibles para que quienes tienen a su cargo la rectoría de los asuntos del interés general puedan realizar la función de síntesis de los intereses y aspiraciones de la sociedad. Debe contarse con que esa síntesis no es un proceso mecánico ni un proceso determinado por la historia, sino que se trata de un proceso creativo, de creatividad política, un proceso que Adolfo Suárez supo entender y aplicar teniendo bien presente el deseo de cambio general que exitía en esos años en la sociedad española. Fueron años, los que le tocó dirigir el timón del Estado, en los que se puede decir que cundió la apertura y el diálogo presididos, por supuesto, por el respeto a la dignidad del ser humano y orientados, por supuesto, a la mejora permanente e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos. Además, todos lo sabemos bien, España tuvo la gran fortuna de que los actores de esa gran sinfonía que fue la transición, interpretaron una música armónica, generosa, integradora, pensando siempre en el pueblo, en diseñar un sistema político que pudiera ser un verdadero gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Obviamente, nuestra transición, que es ejemplo de procesos políticos de paso de sistemas autoritarios a sistemas democráticos en todo el mundo, no fue algo perfecto, también tuvo sus sombras, como en toda actividad humana, pero no hoy toca tratar el tema.
En mi opinión, el gran legado político de Suarez fue precisamente el alumbramiento del espacio del centro político en España. Un espacio tantas veces incomprendido que suele confundirse, por el predominio todavía del pensamiento ideológico, con la indefinición, la pusilanimidad o la falta de principios. Sin embargo, el espacio de centro existe como tal, tiene personalidad propia, y admite una caracterización sutantiva que lo distingue de otras latitudes políticas y que tiene una serie de criterios vertebradores que permiten afirmar que efectivamente el centro es una forma, distinta de la derecha y la izquierda, de hacer y estar en política, con perfiles propios. En ocasiones, según circunstancias de tiempo y lugar, encontramos posiciones moderadas a la derecha o posiciones de izquierda moderadas que hacen innecesario un partido nítidamente de centro, pero en otras ocasiones, cuándo el grado de ideologización es intenso, es menester que el centro salga a la palestra pública en expresión específica de tal denominación.
En mi opinión, las tres coordenadas del espacio de centro pasan por la mentalidad abierta, la metodología del entendimiento, y la sensisbilidad. Tres postulados que distinguieron sobremanera la ejecutoria política de Adolfo Suárez al frente del Gobierno y que analizamos muy brevemente para terminar estas apretadas líneas.
En primer lugar, una mentalidad abierta a la realidad y a la experiencia que nos anima a adoptar aquella actitud socrática de reconocer la propia ignorancia, la limitación de nuestro conocimiento como la sabiduría propia humana, lejos de todo dogmatismo. Adolfo Suárez no tenía prejuicios ni aprioris, y menos doctrinas prefabricadas para la acción política. Una acción política que el, con sus colaboradores, construía desde la realidad, en la que encontraba el sustrato ético preciso para que las decisiones fueran siempre a favor del pueblo.
En segundo término, una actitud dialogante, consecuencia inmediata de lo anterior, con un permanente ejercicio del pensamiento dinámico y compatible, que le permitía captar la realidad no en díadas, tríadas, opuestas o excluyentes, sino asumiendo, de acuerdo con aquel dicho del filósofo antiguo que, en el ámbito humano y natural, todo está en todo.Es decir, percatándose de que en la búsqueda de la pobre porción de certezas que por nuestra cuenta podamos alcanzar, necesitamos el concurso de quienes nos rodean, de aquellos con los que convivimos. De todos podemos aprender cosas nuevas y en todos los lugares hay cosas buenas. El monopolio de la eficacia y del acierto no se encuentra, ni mucho menos, en las propias filas. Hay que acercarse a la realidad, para desde ella, y a partir de la razón y la centralidad del ser humano, construir nuevas políticas plenamente humanas. Suárez, lo han relatado quienes más y mejor lo conocieron, aprendía del diálogo con sus interlocutores y sabía encontrar en las posiciones políticas ajenas aspectos que mejoraban su propio proyecto político. Supo distinguir entre partido y Estado, algo que no parece dado a muchos dirigentes y jefes de gobierno de este tiempo porque es patrimonio de estadistas, no precisamente abundantes en el mundo en que vivimos.
Y en tercer lugar, una disposición de comprensión, apertura y respeto absoluto a la persona, consecuencia de la convicción profunda, Adolfo Suárez la tuvo y la practicó, de que sobre los derechos humanos debe asentarse toda acción política y toda acción democrática. Es decir, preocupación genuina por los problemas de los demás a través del ejercicio de la solidaridad y de políticas sociales en las que las instituciones especializadas tienen mucho que hacer. Sobre todo en este momento, en el que la lucha contra el desempleo y contra la corrupción deben aglutinar el conjunto de las políticas públicas.
Así concebido, el centro no es sólo un camino, una senda, un espacio para llegar al poder, sino que implica un verdadero cambio ético en el modo de entender la política. Algo que en Adolfo Suárez se produjo con inusual acierto y que hoy está de palpitante y rabiosa actualidad. El problema es que todavía seguimos instalados en el pensamiento único y en el dominio de las tecnoestructuras partidarias. Esperemos que no por mucho tiempo y que pronto de verdad podamos recuperar esos valores de la democracia que Adolfo Suárez encarnó admirablemente. En fin, este me parece que es el gran legado de Adolfo Suárez, un legado que reclama hoy en día cambios y transformaciones de fondo. No cambios al estilo lampedusiano, esos tan bien edulcorados y presentados que solo sirven para producir cambios formales e inmovilismos materiales.
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo y autor del libro, prologado por Adolfo Suárez, El espacio de centro.