Una de las características que presenta el actual panorama ideológico en la denominada cultura occidental es la conversión de la tolerancia, que nació como un magnífico medio, en un fin, en un valor absoluto. Del pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario, tan propio de una civilización como la europea, hemos pasado a un ambiente en el que domina el pensamiento cerrado, único, estático y de confrontación.
En efecto, la tolerancia, como enseña el profesor Casey, sociólogo australiano,  era una práctica al servicio de la convivencia en las sociedades plurales, una forma de convivir y de respetar la libertad de los demás. Hoy, sin embargo, como todos sabemos, la tolerancia es un valor absoluto que termina por laminar, expulsar del espacio de la deliberación pública, opiniones y puntos de vista sobre la realidad que reflejan diferentes formas de comprender lo que pasa bien presentes en determinados grupos y colectividades.
El problema de la tolerancia intolerante se plantea cuando las democracias, para crear una sociedad tolerante, recurren cada vez más a la intolerancia. Es verdad que una sociedad sana y fuerte debe defenderse a sí misma y a las minorías más vulnerables frentes a los colectivos y grupos que se niegan a respetar los derechos de otras personas o colectivos. Sin embargo, la tolerancia intolerante ordinariamente se dirige contra personas e instituciones que respetan las libertades y los derechos de los demás. Me refiero a quien, por ejemplo,  manifiesta su punto de vista acerca del matrimonio, sobre el derecho a la vida, sobre la libertad de enseñanza en contra del pensamiento dominante.
Es decir, con frecuencia se califica de intolerantes a personas que mantienen diferentes posiciones acerca de lo que puede considerarse matrimonio o no, a personas que defienden los derechos de los nacidos o que se oponen a la eutanasia de determinados enfermos terminales.
La cuestión es bien simple y al alcance de cualquier fortuna. ¿Qué es la intolerancia?. Negarse a respetar los derechos y opiniones de otras personas por la razón que sea, que normalmente se identifica con el no seguimiento de las propias convicciones o preferencias. Hoy, por más que nos pese, por más que estemos dominados por el pensamiento único, es pertinente recordar que la intolerancia no es, ni mucho menos, el derecho a negarse a dar por buenas preferencias o elecciones con las que no estamos de acuerdo.
La tolerancia positiva se asimila a la capacidad de convivencia. Ser tolerantes significa ser capaces de convivir, no simplemente de coexistir, o de cohabitar. Convivir lo tomo aquí en el sentido de vivir juntos, con experiencias, vivencias y proyectos comunes. La convivencia no es una simple proximidad física, como la que se produce en una urbanización de adosados. La convivencia supone la pertenencia a un auténtico vecindario, a una comunidad, a saberse, a sentirse, a ser auténticamente próximos, siendo realmente distintos, no sólo por la raza, también por la lengua, la cultura, la idiosincrasia. La tolerancia es, en este sentido, una fuerza, una disposición activa para comprometerse con los otros, en su diferencia. Su expresión más cierta es la solidaridad. Por eso hoy se respira un ambiente de profunda y creciente insolidaridad, porque no estamos acostumbrados a respetar las ideas que no coinciden con las nuestras y porque tendemos, unos más que otros, a silenciar u ocultar todo aquello que no coincide con nuestras ideas o preferencias.
 
Ser tolerantes significa, por lo tanto, comprender y aceptar, y también comprendernos y aceptarnos, sin resignaciones, con espíritu deportivo. Disfrutando del partido en el equipo en que nos toque jugar y en el terreno que corresponda. Eso sí, peleando por ganar y por el ascenso, pero disfrutando del partido.
 
En este sentido, la tolerancia intolerante es la mejor manifestación del miedo a la libertad, al pensamiento abierto, plural, dinámico y complementario. Y hoy, por más que nos pese, hay mucho miedo a la diferencia, a la libertad, a la creatividad pues, como la realidad acredita con frecuencia, la mediocridad y las lealtades inquebrantables dominan el escenario. Por eso, menos tolerancia intolerante y más tolerancia tolerante.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana