Es bastante común, por no decir, general, pensar que el centro en política constituye el punto intermedio entre la izquierda y la derecha: la pura y dura equidistancia. Es decir, si ciframos el espectro de las posiciones políticas de uno o diez y situamos en el uno la extrema derecha y en el diez la extrema izquierda, o viceversa, el centro ocuparía el cinco.
 
Sin embargo, desde este punto de vista geográfico, el centro no sería más que una posición política de naturaleza táctica, una estrategia para orientarse siempre, al margen de principios y criterios concretos, al sol que más calienta, una forma de estar en política que antepone el afán de supervivencia a la solución de los problemas reales del pueblo. Ejemplos de ello están en la mente de todos, a una u otra orilla ideológica.
 
Quizás por ello, tomar el centro sólo y exclusivamente como equidistancia de los extremos es aceptar la bipartición de la realidad, el pensamiento bipolar y, consecuentemente, el empobrecimiento vital de las personas y del conjunto de la sociedad que, en materia política sólo podría militar en un lado, en el otro, o en el punto intermedio.
 
En fin, el esquema bipolar que representa la hegemonía de la tecnoestructura, en cualquiera de sus versiones y fórmulas, explica el intento deliberado de perpetuar este planteamiento ideológico por temor a la emergencia del dinamismo vital de personas libres y responsables, críticas, que piensan y actúan desde coordenadas abiertas y plurales. Algo que la burocracia dirigente prefiere ni plantearse, al menos por ahora.
 
El centro, desde este punto de vista, no representa equidistancia entre dos extremos. Tampoco es el consenso como sistema porque el diálogo es un medio, magnífico, pero  no un fin. El espacio de centro tiene personalidad propia, entidad y sustancia específica que, sin necesidad de encarnarse en un partido concreto, representa nuevas formas de pensar y actuar en política.
 
El espectro político, tradicionalmente definido por dos puntos y representado por un segmento, ahora, con la mirada de nuevos enfoques, se amplía y se define por tres puntos que, más que un segmento, expresan un triángulo con trasposiciones definidas y diferentes. Si seguimos con la metáfora y aceptamos que tenemos definidos los tres puntos, los fundamentos de geometría nos permiten dibujar una nueva figura: la circunferencia. En ella, a diferencia del segmento, el centro ocupa una posición de apertura a todos los puntos de la superficie, desde él se puede mirar a la izquierda, a la derecha, hacia arriba, hacia abajo sin la rigidez impuesta por el tradicional segmento bipolar. Esto explica que desde el centro no existen políticas de prejuicio ni de diseño, sino que desde la realidad pensando en la dignidad de la persona se buscan las mejores soluciones, como se dice ahora, vengan de donde vengan.
 
Ahora, ante unas nuevas elecciones, ojala que el sentido común anime a huir de los extremos, del pensamiento ideológico, y de los intentos por teñir de bipolarización, de confrontación, una campaña en la que los sondeos coinciden en que existe una abrumadora mayoría de personas moderadas. ¿Se reconocerá asi el 26-J?
 
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo y autor del libro “El espacio del centro”, prologado por Adolfo Suárez.