Algunos jóvenes europeos, cada vez más, se están alistando en las filas del Estado islámico para defender violentamente los postulados de esta nueva forma de terrorismo internacional. Sin embargo, tal realidad, sino fuera por los últimos atentados en París , suele  pasar desapercibida entre nosotros probablemente porque no les damos mucho crédito o porque siempre es más cómodo mirar para otro lado.  Sin embargo, los datos que se publican acerca de las estimaciones de  jóvenes europeos que son reclutados por el terrorismo internacional de corte islámico, debieran empezar a preocuparnos, y muy seriamente. En efecto,  los padres de estos chicos y de estas chicas, entregados completamente a la causa más fundamentalista del Islam, a la sinrazón y a la barbarie, se preguntan,  y no sólo ellos,  por las razones que han conducido a sus hijos a tomar tan asombrosas decisiones.
Pues,  bien, un  intelectual europeo que estos días ha formulado algunos pensamientos, el filósofo francés Finkieltraut,  polémico dónde los haya, ayuda a pensar sobre la cuestión. Por un lado porque el proyecto europeo, plano, superficial, tecnocrático, aburre a los jóvenes cuándo no es motivo de censura y de crítica. En este sentido Finkielkraut  decía en una entrevista  reciente en un medio de comunicación nacional, que hoy Europa reniega de su identidad y para no herir a los recién llegados se silencian las raíces cristianas de Europa. Como si la solidaridad, la separación del poder temporal del espiritual o el imperio del Derecho y la justicia fueran ideas caducas o impropias de la dignidad humana. Ese es el problema, que algunos,  muchos de los que mandan, les avergüenza reconocer la realidad y trabajar para reconstruir el viejo continente sobre el pensamiento (sentido y fin de la existencia y de la realidad),  base de la cultura griega, sobre la justicia (dar a cada uno lo suyo),  corazón de la  cultura de Roma, y sobre la solidaridad (compromiso con los otros) alma del cristianismo.
Finkielkraut piensa que estamos ante una inminente catástrofe: una crisis de civilización que puede conducir a la desaparición de Europa. Esta  afirmación, hay que saberlo,  procede de un intelectual maoísta en su juventud, hoy  tachado de reaccionario por no pocos,  que, guste o no,  piensa en libertad y transmite sus ideas sin miedo a la crítica. Su libro “La identidad desdichada” plantea con agudeza e ingenio la necesidad de superar la perspectiva tecnoestructural europea que lamina tradiciones culturales de las naciones, que anula  iniciativas sociales y que pretende liberar a la identidad de toda pertenencia nacional.
El filósofo francés, recientemente elegido miembro de la Academia de Francia, afirma que pese a los esfuerzos de Europa por democratizarse, sigue siendo una burocracia, una burocracia que priva a los ciudadanos de su soberanía, lo que justifica la alta abstención cosechada en las elecciones del 25M y el voto, especialmente en Francia, extremista. Para Finkielkrait Europa es una pluralidad de naciones, una pluralidad irreductible. No existe un pueblo europeo, existen ciudadanos de distintas naciones que tienen valores comunes, valores que surgen de una identidad compartida que precisamente se fortalece en la diversidad, pero en una diversidad en la que existen elementos comunes que son los que caracterizan a una civilización que en este momento parece dar sus últimos coletazos.
El atentado de estos días en Paris debe ser condenado con todas nuestras fuerzas porque nadie es dueño de la vida humana como para decidir cuándo y de qué forma debe empezar y terminar. Toda forma de violencia es execrable y abominable y es inaceptable desde todo punto de vista infligir la muerte a nadie, sobre todo en nombre de religiones o creencias. Dicho esto, yo no soy Charlie Hebdo porque la libertad de expresión no puede ser un arma para atacar las convicciones más profundas de nadie, este o no de acuerdo con las nuestras. La libertad de expresión tiene límites y uno de ellos es el respeto a las ideas y convicciones de los demás. Se podrá o no estar de acuerdo con ellas, pero de ninguna manera es legítimo en democracia ridiculizar o estigmatizar, insisto, las más profundas e íntimas convicciones de nadie.
La jurisprudencia del Tribunal Supremo Norteamericano hace tiempo que admite restricciones a la libertad de expresión cuándo se use para incitar al odio.  En fin,  sí soy Charlie Hebdo para expresar mi  más enérgica repulsa a los atentados pero no soy Charlie Hebdo porque tenemos que acostumbrarnos a respetar las convicciones ajenas aunque no nos gusten
 
Jaime R. Arana, catedrático de Derecho Administrativo. jra@udc.es