Zygmunt Bauman, famoso sociólogo polaco de origen judío fallecido en Leeds el año pasado, es conocido mundialmente como el intelectual que puso en circulación en 1999 la idea de la modernidad líquida, forma de organización social en la que todo es pasajero, inaprehensible, en continua y constante transformación.
Zygmunt Bauman era un pensador, una rara avis, un intelectual de los que ya no quedan. Se compartirán o no sus tesis, pero en el tiempo en que vivimos sus ideas resuenan con fuerza en un mundo dominado por lo que llamaba el “precariado”, una forma de referirse a la forma de vida a que son sometidos millones de seres humanos en la época de la globalización. En efecto, en lo que el denominaba “vulnerabilidad mutuamente asegurada” se encierra uno de los grandes males de este tiempo: la indiferencia ante el sufrimiento de los demás.
Una de sus últimas reflexiones la dirigió a las redes sociales, de las que afirmó, sin tapujos, para sorpresa de propios y extraños, que eran, a pesar de su prestigio y uso masivo, una trampa. Una trampa porque, en opinión de este desafiante pensador, mucha gente utiliza las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en su zona de confort, donde el único sonido que se oye es el eco de su voz y de personas que como ella ven las cosas y el mundo en general de la misma forma, donde lo único que se percibe es el reflejo de su cara y el rostro de quienes están con ella alineados ideológicamente. Las redes sociales son muy útiles, señala Bauman, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.
Pues bien, estos días acaba de ver la luz un libro póstumo escrito a dúo entre el famoso sociólogo y un joven discípulo italiano, el filósofo Thomas Leoncini. El trabajo lleva por rúbrica “Generación líquida: transformaciones en la era 3.0” y lo componen los diálogos mantenidos entre ambos pensadores justo antes del fallecimiento de Bauman.
Sobre las redes sociales, Bauman es categórico en este libro póstumo: la red emergió con la promesa de crear un hábitat ideal, político y democrático y, sin embargo, nos ha conducido, dice, a la crisis de la democracia y al agravamiento de las divisiones y los conflictos políticos e ideológicos, a un mundo de ciberacoso y difamación. Un mundo de esclavitud en el que estamos siete días a la semana veinticuatro horas al día conectados a la red, casi sin tiempo para pensar y reflexionar. Pareciera que quien no esté enganchado a las nuevas tecnologías es un paria o alguien que no mereciera el favor de este mundo.
Al final, como dice Bauman, el acceso a la red ha resultado no ser una búsqueda de una mayor iluminación, de mayores espacios de conocimiento y de mayores posibilidades de estilos de vida. Más bien, ha sido, y es, un refugio, una zona de confort desde la que se evita el pluralismo, el contraste de puntos de vista y, sobre todo, el poder salir derrotado en los debates de actualidad. Con el simple recurso de poder eliminar todo lo que no se desee que aparezca o de bloquear el acceso a los invitados no deseados, la red propicia un espléndido aislamiento pura y sencillamente irrealizable e inconcebible en el mundo offline. En lugar de mejorar la integración humana, la cooperación y la solidaridad, la red, señala Bauman, facilita prácticas de aislamiento, separación, exclusión, enemistad y conflictividad. Y, lo que es más grave, ofrece a cualquiera vía libre para las insinuaciones, las murmuraciones, las calumnias y las difamaciones y, en general, afirma Bauman, para la mentira, eso sí protegida por ese criminal anonimato desde el que se transgrede continuamente.
¿Qué podemos pensar de un sistema en el que el riesgo de ser denunciados por ejemplo por calumnias se reduce a la mínima expresión?. Buena pregunta, desde luego.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
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