Ulrich Beck, conocido sociólogo alemán, nos dejó en enero de 2015, años tras haber dedicado toda una vida al pensamiento y a la crítica social. La democracia global fue uno de sus temas preferidos y nos alertó en reiteradas ocasiones acerca de los riesgos del éxito de lo que denominaba democratismo y de la internacionalización y globalización de ciertas realidades.
Hoy, en plena epidemia del COVID-19 muchas de sus ideas y apreciaciones, sobre todo en relación con la sociedad de los riesgos se confirman y están de plena actualidad. También, por su puesto, su temor a la ausencia de regulación global efectiva en el plano económico y financiero, hoy una lacerante realidad a la vista del acceso existente al mercado de productor de protección sanitaria frente al coronavirus,
En efecto, la existencia de mercados a nivel trasnacional, sin regulación, junto a la constatación de la presencia de instituciones y organismos públicos, privados o híbridos, que dictan actos y normas relevantes desde la perspectiva global para el interés general, ponen en cuestión la esencia de la democracia y del Estado de Derecho. En efecto, si la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, la superación de las barreras del Estado-nación para la toma de ciertas decisiones está quebrando, lamentablemente, las bases de un sistema político basado en la participación ciudadana y en el principio de juridicidad. Ahora, las “fuentes” de estas peculiares reglas se encuentran en la denominada racionalidad técnica o en el “expertise” cuando el Estado de Derecho demanda juridicidad y control judicial.
El poder económico y financiero campa a su libre albedrío, con controles formales que los poderosos se saltan con la connivencia de las instituciones. Piensan los ideólogos de la no regulación o de la mínima regulación, que la eficiencia económica desaparecería si la burocratizamos o la encorsetamos con procedimientos administrativos minuciosos. Pues bien, hoy más que nunca, a la vista de lo que está aconteciendo, necesitamos de buena regulación, ni poco ni mucha, la imprescindible, adecuada. No es cuestión de cantidad sino de calidad. Precisamos regulaciones globales para que el Derecho acompañe a las decisiones económicas y financieras globales. No es aceptable que mientras ciertos países acceden sin problema al mercado de productos de protección sanitaria frente a la pandemia, otros deban esperar largas colas justamente en momentos de emergencia humanitaria.
Además, si como parece la democracia debe instalarse también en las estructuras globales o universales, es menester pensar y diseñar un nuevo sistema político en el que, efectivamente, la ciudadanía a nivel global tenga el poder que le corresponde en una democracia. Estos días contemplamos como el autoritarismo campa a sus anchas, incluso en países de tradición democrática, sin que unas instituciones globales sólidas y comprometidas con el Estado de Derecho pueda impedir las lesiones cotidianas a las libertades y la práctica de la corrupción en un marco de ineptitud y mala administración.
No hace mucho Ulrich Beck comentaba que es necesario reinventar la democracia a nivel transnacional pues muchas decisiones no se toman ya a nivel local, lo que significa que la mayor parte de las medidas que se adoptan presentan peligrosas formas de dominación tecnoestructural. A juicio de este eminente sociólogo, hoy de actualidad, tenemos que pensar que tipos de elementos de la democracia tradicional se pueden utilizar para que aquellos que toman las decisiones a nivel global sean responsables, sepan que hay controles independientes y eficaces, y que deben dar cuentas a la ciudadanía de sus actos u omisiones. Si hoy no se responde en tantas instancias supranacionales sencillamente es porque no hay ante quien responder. Si hoy ciertas decisiones no son controlables, el peligro de la corrupción es evidente. Sin responsabilidad, sin control y sin presencia ciudadana, el sistema democrático es una quimera. Hoy, las palabras irrecurribilidad, irresistibilidad o inimpugnabilidad en relación con ciertas decisiones globales producen una lógica inquietud en quienes confían en un sistema basado en el principio de juridicidad, en la separación de poderes y en el reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona como principal manifestación de la dignidad del ser humano.
En efecto, si no hay separación entre los poderes a nivel global, porque existe un obvio predominio del poder financiero, fallan las bases del Estado de Derecho. Si esas decisiones, además, no se confeccionan en el marco de la participación del pueblo, entonces adolecen de una ausencia preocupante de legitimidad y de un preocupante tufo autoritario. Las fuentes de estas nuevas reglas se reducen a la racionalidad técnica y al “expertise”, despreciando, más o menos sutilmente, el principio de juridicidad. Si a eso añadimos que tampoco existe un poder judicial a nivel global, entonces tenemos que empezar a preocuparnos y diseñar un modelo democrático a nivel global, empezando por los espacios supranacionales, buscando que economía y derecho caminen en la misma dirección. Democratizar la democracia y desmercantilizar el mercado: dos desafíos fundamentales del momento que Beck supo atisbar tiempo atrás y que, sin embargo, por no plantearse desde el humanismo crítico, abren de nuevo las puertas a nuevos populismos y nuevas demagogias.
Globalización sí, pero democrática. Es una moraleja de lo que está pasando. No vaya a ser que tanta apelación a la globalización acabe facilitando la concentración del poder y la llegada de un sistema marcial y autoritario tal y como, de forma sutil y no tanto, se está proponiendo por los autoritarios de este mundo.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana