No es incompatible, ni contradictorio, afirmar la categoría suprema del consenso básico, en muchos sentidos metapolítico, sobre el que ha de asentarse la vida democrática, y al mismo tiempo el carácter ineludible de las confrontaciones que el juego político produce. Estas confrontaciones, el juego político, no serían posibles sin aquel consenso.
Así pues, podría decirse que el espacio de centro no se construye allanando la diversidad presente, sino más bien a base de anchear y expandir el espacio en el que nos hemos movido hasta ahora. Y el nuevo espacio dará más juego, sobre todo, a los ciudadanos, que es de lo que se trata.
El centro no es sólo un talante. La vacuidad ideológica del centro -en tanto el centro se sitúa en un territorio ajeno al de las ideologías- y consecuentemente la falta de una traducción política inmediata y directa para las posiciones de centro -cosa que no sucede con el socialismo, el fascismo o el liberalismo doctrinal- lleva a algunos a concluir que el centro es sobre todo un talante, un estilo o un modo de estar en la política, abierto y dialogante, y que a esto se reduce su sustancia política.
No estoy de acuerdo. Veremos
porqué. Sencillamente, porque el centro político no es sólo un talante. Por
talante se entiende el modo o manera de ejecutar una cosa. Reducir el centro a
la categoría de un talante, sería equivalente a reducir la condición de
demócrata a lo mismo. Claro que existe un talante democrático, pero tener
talante democrático es una cosa, y ser demócrata, otra bien distinta, y mucho
más sustantiva, por cierto.
Resulta además que en una sociedad en que en la configuración de la opinión juegan un papel esencial los medios audiovisuales de comunicación, la imagen pública lleva asociada muchas veces la categorización política de los personajes. Por eso, éste como muy bien se ha apuntado, es uno de los peligros que amenaza la vida política en la sociedad mediática. La bendición de los medios de comunicación es capaz de convertir los exabruptos de un líder sexagenario en “desbordamientos de un ímpetu todavía juvenil”, y la maldición de los mismos medios puede presentar las reflexiones serenas, claras y contundentes -racionalmente- de otro político nacido tras la instauración de la democracia como “resabios autoritarios franquistas”.
De hecho, la trascendencia en la opinión pública de la propia imagen hace que el equilibrio en la expresión, el tono conciliador, la actitud de escucha, pueda ser interpretada como talante centrista. Pero tal cosa no significa ser de centro o estar en el centro, por cuanto caben semejantes características en un político que practique la más dura intransigencia ideológica o aún el sectarismo, y más cuando en la actualidad nadie ignora que de la transmisión de tales características asociadas a la propia imagen –como hemos dicho- depende, en una proporción muy alta, la cotización política.
El talante moderado tiene, pues, un alto valor político, igual que el talante dialogante, por ejemplo, pero el centro político reclama la realización de políticas efectivamente moderadas y el posibilitamiento efectivo del diálogo, muy lejos de meras actitudes postizas. Aunque -respecto a esto del diálogo-, como me gusta observar, si bien puede ser cierto -aunque discutible- que dos no se pelean si uno no quiere, es incontestablemente cierto que dos no se hablan –es imposible- si uno se niega a hacerlo. Y de esto, hay, y mucho en el presente, tiempo en el que de nuevo domina el pensamiento bipolar. Por eso precisamos mentes abiertas y talantes moderados.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana