Llama la atención, y no poco, ahora que llegan las elecciones vascas, gallegas y catalanas, que los partidos, unos más que otros, quieren presentarse como centristas, moderados, pendientes exclusivamente de un interés general entendido como el interés de todos y cada uno de los ciudadanos en cuánto miembros de la comunidad. Ahora, cuando apenas quedan unas semanas para la cita electoral, son conscientes de la real distancia que los separa de la realidad, y de los auténticos problemas de la población y anuncian a bombo y platillo la búsqueda del equilibrio, de la moderación y, por fin, la solución de toda cuanta injusticia habita bajo la faz de la tierra.
 
Efectivamente, unos y otros, unos con más intensidad que los otros, piensan que el centro no es más que un lugar para ganar las elecciones del que se puede salir y entrar cuando convenga, como si tal espacio político no fuera más que una elegante y resultona etiqueta que se quita y se pone sin mayores problemas
 
Realmente, detrás de estas descaradas formulaciones electoreras se esconde una peligrosa instrumentalización del centro que muestra hasta que punto se desprecia a los ciudadanos y a sus convicciones. El centro, según esta mentalidad, no es más que un abrevadero para recolectar votos, para ordeñar la viña de los ingenuos y de quienes renuncian al pensamiento crítico. En efecto, tras esta pastelera visión del centro se encuentra también un cierto olvido de los ciudadanos, a los que se pretende engañar apareciendo antes de las elecciones con una falsa piel de cordero que en modo alguno representa la esencia del proyecto político que más tarde se habrá de articular.
 
Sin embargo, algo tendrá el espacio del centro que provoca que determinado el día de las elecciones, todos hagan profesión de fe centrista de inmediato, sea cual sea su conducta anterior. ¿Por qué será?. Probablemente porque a fin de cuentas los políticos saben muy bien del valor de la concordia, de gobernar para todos, de la centralidad de los derechos humanos y de la fuerza de la dignidad de la persona. Saben muy bien que la política con mayúsculas tiene mucho que ver con la mentalidad abierta, con la metodología del entendimiento y con la sensibilidad social. Saben muy bien que en y desde el centro es menester una constante labor de escucha y cercanía del pueblo, y un permanente compromiso con la mejora de las condiciones de vida de todos y cada uno de los ciudadanos.
 
Seguramente es más cómodo alejarse del centro, de la moderación, del equilibrio, para hacer la política ideológica y bipolar que acostumbran algunos, no todos, de nuestros dirigentes. Estar en el centro, por el contrario, reclama una forma de hacer política nueva, distinta de la tradicional, en la que es posible dar la razón al adversario cuando la tiene, en la que es posible acordar asuntos de vital trascendencia para la vida colectiva de los españoles y en la que el pensamiento abierto y plural ha de superar a ese pensamiento cerrado y estático que caracteriza a las cúpulas de estas periclitadas formaciones.
 
En este momento de aguda y dolorosa crisis económica, política y social, es más necesaria que nunca una política de centro pues hacen faltas grandes acuerdos, es menester pensar de verdad en los problemas de los ciudadanos y desmantelar tantas estructuras innecesarias. Hoy precisamos de grandes reformas diseñadas para las mejoras de condiciones de vida de las personas. Y para eso, han de salir al escenario estadistas, políticos de altura, personas que no estén obsesionadas con flotar en el proceloso mundo del mando, seres humanos capaces de arriesgarse para que la población salga adelante. Para que tal cosa acontezca, ha de quedar claro que la acción política debe renunciar a laminar al adversario abriéndose al debate, al intercambio de ideas y puntos de vista pensando en las personas, sobre todo en los que más sufren, en los más desfavorecidos, en los más débiles. El 21-N tenemos una gran oportunidad para que las diferentes opciones políticas inicien la senda de la regeneración y de la recuperación del prestigio de la actividad política. No puede ser, de ninguna manera, que los tremendos esfuerzos que se están reclamando a los de siempre sirvan para financiar y alimentar a toda una casta de cargos públicos que de no ser por el desarrollo del modelo autonómico probablemente estarían, como tantos cientos de miles de españoles, engrosando las listas del desempleo.
 
El momento de la racionalidad y de devolver el poder a la población ha llegado. Adiós a las estructuras innecesarias y a todos esos entramados de publicidad y propaganda. El pueblo empieza a despertar y es muy peligroso, muy peligroso, que vuelva a ganar el partido de la abstención.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.