Los valores democráticos, las llamadas cualidades democráticas, parten del respeto profundo a las personas. En democracia es normal la crítica de las ideas, la promoción, defensa y protección de dignidad que le es inherente o toda mujer, a todo hombre, y el reconocimiento, protección, promoción y defensa de los derechos humanos. Hoy, sin embargo, estos principios básicos del Estado de Derecho vuelven de nuevo a estar en el candelero precisamente por la obsesión, derivada del pensamiento ideologizado, de hacer política para dividir, para fraccionar, para abrir heridas y para cerrar puertas. Este comportamiento político y social es bien conocido y obedece al dominio de ciertos criterios ideológicos que se definen dialécticamente a través de la continua y permanente metodología de la contraposición y el enfrentamiento.
Una vez definido y aclarado el modelo desde el que asaltar la sociedad con la ayuda de las minorías imprescindibles para mantenerse en la cúpula, lo demás es perfectamente congruente con tal modelo o esquema de pensamiento bipolar. Pues bien, frente a tales planteamientos, existen fundamentalmente dos maneras de reaccionar. Una, de orden negativo, que se basa en la continua denuncia de los atropellos y violaciones de derechos a que tal proceder conduce. Y, otra, de orden positivo, complementaria de la anterior pero más inteligente, y por ello más difícil de practicar, orientada a fomentar y robustecer precisamente los valores democráticos. Es posible que el segundo camino sea una senda presidida por la ingenuidad, pero no es menos cierto que desgastarse a base de denunciar continuamente los desaguisados del que manda sin propuestas razonables termina por agostar y consumir la capacidad de liderazgo.
Por ello, frente a la división de las dos España que el próximo gobierno pretende resucitar con ayuda de determinados grupos de todos conocidos, es menester, llamando a las cosas por su nombre, apelar a la vitalidad y la fuerza de la gente normal, personas que queremos vivir en un ambiente de concordia, de crítica razonada, de respeto a las personas y de reconocimiento y promoción de los derechos de todos, no de los una parte o fracción.
Pienso que la gente normal, la mayoría, desea vivir en una ambiente de estabilidad que propicie un crecimiento real y sostenido de la economía, que haga posible gobiernos fuertes y oposiciones igualmente sólidas, que facilite un ambiente social en el que se valore el sacrificio, el mérito, la capacidad, la vida familiar, el trabajo. Es decir, una gran mayoría de españoles espera mensajes entendibles, en positivo, menos tensión, menos crispación, más acercamiento entre unos y otros, más concordia y más capacidad de entendimiento. La crispación en si misma es mala para el conjunto, aunque beneficie a los promotores y a quienes se lucran de ella.
Hoy necesitamos nuevas políticas que impliquen un compromiso real entre lo que se afirma y lo que se practica. Preciamos de liderazgos en los que la mentalidad abierta, la capacidad de entendimiento y la sensibilidad social brillen por su presencia. Y, sobre todo, políticas confeccionadas desde la realidad, desde la razón y desde el humanismo. Ya está bien de tanta manipulación, de tanta ideología. Es momento para escuchar a la gente normal, para abrir las puertas, para destensar un ambiente que tanto daño nos hace como pueblo, como nación y como parte de Europa.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana