La crisis que atravesamos, en sus diferentes aspectos y dimensiones, manifiesta, más o menos claramente, una cierta actitud conformista que contrasta con la radicalidad de una situación que lesiona derechos y conquistas sociales. En efecto, salvo honrosas excepciones que se atreven a tomar la pluma o a levantar la voz y expresar en libertad sus pensamientos y consideraciones, en general el panorama es ciertamente plano y desolador.
Por eso, cuando uno se encuentra con alguna persona con notoriedad que se sale del guión y es capaz de desafiar el pensamiento único, un rayo de esperanza vuelve a asomarse a la realidad. Es el caso, por ejemplo, del filósofo francés Bruce Guizot, un intelectual que habla sin tapujos y escribe sin buscar el aplauso. Dice lo que piensa y habla de su percepción de la realidad sin importarle lo más mínimo el qué dirán a si sus palabras gustarán o no a los poderosos del momento.
Días atrás, un medio de comunicación nacional, La Vanguardia, en la última página, recogía una entrevista con el profesor Guizot que no tiene desperdicio alguno. Para el filósofo, el hecho de que en Francia los sondeos registren que, a pesar de los pesares, de la que está cayendo, los franceses se consideren en términos generales gente feliz, es preocupante. Preocupante porque “hoy el ser humano es pasivo, resignado y autosatisfecho. Preferiría un ser humano más inquieto, pesimista, combativo, con la voluntad de ser distinto a lo que es”.
Ciertamente, el conformismo que se ha instalado en nuestras sociedades, producto del consumismo insolidario inoculado sistemáticamente desde años por las tecnoestructuas mediáticas, financieras y políticas, ha producido los efectos deseados. La mayoría de la población, incluso ante situaciones de dificultad y  ante evidentes lesiones de sus derechos, se repliega en el individualismo y prefiere sobrellevar estoicamente el empeoramiento de sus condiciones de vida en lugar de asumir un papel activo y luchar por una constante mejora de sus condiciones d vida. Para muchos esta situación hasta podría ser peor por lo que hay que hacer es resignarse y esperar tiempos mejores. Cómo si los tiempos mejores no dependieran de su capacidad de reacción y de tomar, por ello, algunos riesgos para sacudirse el marasmo generalizado.
Para cambiar las cosas hay que mojarse, hay que tomar riesgos, hay que salir de ese anonimato general en qué consiste ese conformismo ramplón tan del gusto del poder dominante. Si lo que hay que hacer ese asumir la sumisión y vivir en un contexto de miedo y temor reverencial ante los que toman las decisiones, entonces el panorama se antoja sombrío y plano. Pero si se da un paso al frente y se reflexiona acerca de cómo mejorar la realidad sin miedo a las represalias y con buen ánimo, las cosas podrían empezar a cambiar como consecuencia de la acción libre y solidaria de las personas que componen la sociedad.
Guizot, en este sentido, llama la atención del fuerte control de las masas “que no se ejerce a través de la policía ni de la propaganda del Estado, sino a través del consumo y del ocio”. En efecto, el consumismo aliena los espíritus y el ocio por el ocio impide la meditación serena de lo que acontece. Tanto el consumismo como el ocio por el ocio, atontan a las personas y las convierten, y de qué manera, en cómodas marionetas de quienes realmente deciden y controlan a la sociedad.
Este ambiente de conformismo y de ausencia de temple cívico lo ilustra el filósofo francés al afirmar que vivimos en un totalitarismo suave del que somos cómplices. Sabemos que la NSA controla todos nuestros emails y que nos observan constantemente, pero no nos inquieta, hasta nos da una cierta tranquilidad”. Una tranquilidad que supone la sumisa aceptación de la lesión de la libertad como algo inevitable.
El proceso de control social es tal, dice Guizot, que “de momento vivimos en sociedades blandas, pero imaginemos que tuviéramos que rebelarnos, ese control lo impedirá”. Este control social es consecuencia, señala el profesor francés, de la degradación objetiva de la cultura de masas que produce cosas cada vez más grotescas, insignificantes o ridículas. En efecto,  su novela Le Park, Guizot refleja realidades tan atroces como que los soldados americanos se filmen unos a otros realizando torturas en Abu Graib y las cuelguen en la red como divertimento, o como tomarse una hamburguesa una hamburguesa frente a una cámara de gas de Auschwitz.
En este ambiente es explicable que para el filósofo francés el valor más relevante sea la ejemplaridad. Una cualidad humana que suele ser tan descalificada como impracticada. Para unos porque es imposible, para otros porque es peligrosa. Sin embargo, en el fondo todos intuimos que por ahí van las cosas. ¿Verdad?.
Jaime Rodrígurez-Arana es catedrático de derecho administrativo. jra@udc.es