Una de las características que mejor define los sistemas ideológicos cerrados que protagonizaron buena parte del siglo pasado, que tanto daño provocaron a tanta gente, y que ahora reaparecen bajo las más variadas formas de populismo, de un lado y del otro, es el enfrentamiento como metodología de acción. En efecto, estos sistemas pretendieron, y siguen pretendiendo aplicar unilateralmente a la realidad determinadas teorías que anidaban y anidan en la mente de los más siniestros enemigos de la humanidad. Incorporaron a su núcleo doctrinal el enfrentamiento como método, lo que significa, obviamente, confrontación, crispación, divergencia, fraccionamiento, desunión en última instancia.
 
En este ambiente, las normales y lógicas discrepancias inherentes a la vida política se convierten en el centro sustantivo de la vida democrática, desvirtuándola y desnaturalizándola gravemente. Sobre todo cuándo semejante esquema de contrarios y oposiciones se aplica, con ocasión y sin ella, a todos los aspectos de la vida política, económica y social.
 
Nuestra experiencia política reciente, la transición política a la democracia, demuestra hasta la saciedad que tal esquematización maniquea es tan falsa como la clasificación de los partidos políticos entre buenos y malos, algo que, de nuevo ha hecho acto de presencia entre nosotros. Con procedimientos de análisis de este corte, que divide a la sociedad entre progresistas y reaccionarios, la persona queda subordinada a su ubicación en el espectro ideológico. Se olvidan de lo más importante, de las personas normales, que lo único que reclamamos es que los dirigentes se ocupen fundamentalmente de hacer posible un ambiente político y social en el que se pueda ejercer la libertad solidaria.
 
Resulta insufrible en una sociedad democrática pretender la disyuntiva que algunos plantean a los ciudadanos cultos e informados de cualquier sector: o eres de los nuestros o estás contra nosotros. En cambio, cuándo las personas son la referencia del sistema de organización político, económico y social, entonces aparece un nuevo marco en el que la mentalidad dialogante, la atención al contexto, el pensamiento reflexivo, la búsqueda continua de puntos de convergencia y la capacidad de conciliar y sintetizar sustituyen a la obsesión por el enfrentamiento.
 
El método del entendimiento, que tan buenos resultados arroja cuando se practica sin prejuicios, y cuando se funda y explica sin miedo,  debería volver a presidir la vida política, pues, de lo contrario, nada bueno puede derivarse de esa perversa manía de cerrar puertas y abrir heridas que  caracteriza la acción política de no pocos actores políticos. Precisamos que el método del entendimiento, compatible, solo faltaría, con las diferencias, a veces incluso graves, sustituya en la substanciación de la vida democrática a las bipolarizaciones dogmáticas y simplificadoras del pensamiento único, estático y cerrado que vuelve de nuevo por sus fueros.
 
Para la política ideologizada lo primario y principal son las ideas, para la política moderada lo relevante son las personas. Es verdad que la afirmación tan frecuente de que todas las ideas son respetables. Claro que sí, pero a quien es debido el respeto fundamentalmente es a la persona. Y para expresar la fe democrática ante las opiniones, me parece más acertada la formulación de aquel político inglés que rechazando desde la raíz las convicciones de su adversario, colocaba incluso por encima de su vida el derecho del contrario a defenderlas.
 
Las ideas son fundamentales en la vida política. Por supuesto. Pero quienes la enriquecen, o la empobrecen son las personas que las sustentan. Quizás no este en los grandes sistemas de ideas la solución a los variados y complejos problemas con que se enfrenta el político sino en la prudencial aplicación de los criterios de análisis a cada situación contraria. Y esta tarea de de aplicación será en verdad prudencial probablemente si tiene en cuenta a las personas, si tiene bien presente la dimensión instrumental de los sistemas de ideas sociales y políticas.
 
Ahora, tras la crisis y la destrucción, veremos hasta qué punto, y con qué intensidad, se abre un espacio de diálogo en el marco de los principios que rigen la convivencia de los españoles. El tiempo nos dirá si se siembra concordia o resentimiento, entendimiento o enfrentamiento.  Si se cierran las heridas y si se tienden puentes.
 
 
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana