En la política democrática, la capacidad de entendimiento, de búsqueda de acuerdos, de acercar posiciones, constituye, qué duda cabe, una buena tarjeta de presentación y una metodología adecuada para la resolución de los principales problemas colectivos de los ciudadanos. Sin embargo, con frecuencia la apelación al consenso de mitifica y convierte en un fin en sí mismo. Tal cosa, cuándo acontece, suele encubrir la incapacidad o imposibilidad, deliberada o no, de solucionar los problemas planteados. Es lo que se denomina la ideología del consenso que no es más que el uso alternativo del acuerdo para mantener la posición. En este caso, el consenso no es medio, no busca comprender mejor la realidad. Busca, única y exclusivamente, implantar un cierto dominio de lo formal sobre lo sustancial.
Alexi, un famoso jurista de este tiempo, dice que los derechos fundamentales son tan importantes que no pueden dejarse al albur de las mayorías. Por eso la dignidad del ser humano es el centro y la raíz del Estado. Por eso el derecho a la vida, como señala Kriele, tiene la consideración de indisponible, porque es el mismo fundamento del solar democrático y de una civilización que se tenga por humana.
En efecto, a veces, ahora lo estamos experimentando, se renuncia a principios o a convicciones en nombre de un consenso que se idealiza con tal de que la posición, más bien la propia poltrona, no sufra el más mínimo riesgo.
Probablemente, uno de las más graves enfermedades que aqueja a nuestras democracias en Occidente reside es que con frecuencia se juega demasiado con las palabras en una exaltación de las formas que esconde un profundo desprecio a los grandes conceptos que permitieron liberar a tantos europeos del yugo del Antiguo Régimen. Junto a esta permanente desnaturalización de los conceptos, que se interpretan al servicio que más convenga, no siempre, ni mucho menos, a favor del bienestar general e integral de las personas, nos encontramos con que la apertura de diálogos o de mesas de concertación se utilizan para dilatar las soluciones, manteniendo al pueblo expectante en un ejercicio de equilibrismo que encubre la inanición, la indolencia, el miedo al compromiso
En otras palabras, hay dirigentes que piensan que lo importante es mantenerse en el puente de mando al precio que sea, aunque para ello deban sacrificarse principios que afectan a la dignidad del ser humano, del que va a ser, del que es con limitaciones o del que está a punto de dejar de ser. Si para permanecer hay que tirar por la borda incluso las señas de identidad de la formación en la que se milita, ningún problema porque lo importante es lo importante, que no es otra cosa que flotar y flotar, que permanecer, con ocasión y sin ella, en la cúpula.
El diálogo, el entendimiento es, sin embargo, una gran herramienta, un instrumento político de primer orden que cuándo se utiliza legítimamente proporciona relevantes réditos de todo orden. Se trata, en estos casos, de explorar posibilidades de acuerdo, de colocar en el centro de la deliberación la dimensión humana del problema y así acercar las posiciones. Sin embargo, cuándo se trata, como se suele decir vulgarmente, sólo de marear la perdiz, de ganar tiempo, entonces los problemas en lugar de resolverse, se enquistan, cristalizan, se complican, y a veces se hace imposible su resolución.
El caso de la apelación al consenso para resolver la lacra del aborto es de manual. Es un proceso llamado al fracaso. Por una razón bien clara que afecta a los más elementales fundamentos del Estado de Derecho. En efecto, el derecho a la vida, primero y principal de todos los derechos, debe ser protegido desde su inicio hasta su término. Nadie está por encima del Derecho y por eso nadie puede decidir si tal o cual embrión alcanzará o no a la condición de persona. Si se permite que el derecho a la vida quede al albur o al criterio de una persona o de un grupo, entonces se quiebra la protección de que deben disfrutar los más débiles e indefensos de los seres humanos, que son aquellos que están en proceso de ser y aquellas mujeres que por cualquier razón tengan problemas económicos o sociales para llevar a buen término su embarazo.
El consenso y el acuerdo, en un Estado de Derecho, deben apoyarse en la dignidad del ser humano. No al revés, porque la dignidad del ser humano no depende del consenso: es un prius de la democracia. ¿O es que los derechos de la persona, aquellos que derivan de su condición humana, los otorga el Estado o los políticos?.
Es desde luego, más fácil, más cómodo, ceder a la presión de ciertos lobbies que empeñarse, sería y coherentemente, como decía el ministro Gallardón, para que no haya ninguna mujer que deje de ser madre por falta de ayudas públicas o privadas. Sin embargo, lo que por dictado de la tecnoestructura dominante se presenta como progresista y solidario, mañana, antes que después, será calificado como uno de los pasajes más oscuros y lúgubres de la historia de la humanidad.
En todo caso, ¿cómo habría que calificar un consenso en el que se impide escuchar la voz del principal interesado?. Sencillamente, como algo que no es técnicamente consenso, como algo que es lisa y llanamente, inhumano. Así de claro.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana
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