De nuevo una encuesta más refleja la opinión generalizada de los españoles acerca de la corrupción y los partidos. Ahora ya, según el último sondeo publicado, el 95% de los encuestados asume que existe corrupción en la política y que los partidos, unos más, otros menos, amparan a sus militantes mejor relacionados con las cúpulas. En realidad, tales manifestaciones debieran hacer reflexionar, y mucho, a  quienes están al frente de estas instituciones sobre el sentido, la función y el ambiente que reina en las formaciones partidarias.
 
Las instituciones públicas en democracia son dela ciudadanía. Ala soberanía del pueblo  corresponde  la titularidad de los poderes del Estado. Por eso, todos y cada uno de los ciudadanos, somos, así de claro, los soberanos del poder legislativo, del poder judicial y del poder ejecutivo así como de los partidos políticos. El pueblo, es evidente, no puede ejercer directamente tales poderes por lo que temporalmente confía esas potestades a los representantes legítimos que no son ni  más, ni menos, que gestores de intereses comunitarios. Gestores y administradores de asuntos públicos de los que permanentemente deben responder ante los ciudadanos.
 
En los últimos tiempos asistimos, por un lado, a un proceso de apropiación indebida del poder por sus  gestores, que no propietarios y, por otro, a una pérdida de la conciencia cívica de la población. El fenómeno de la apropiación del poder por los políticos se refleja en el apegamiento al cargo que, en algunos casos, se produce por varias décadas.. Tal obsesión, para no pocos único sentido de su vida, es posible a causa del interés creciente de la tecnoestructuras porque la ciudadanía se olvide de su verdadera posición central en el sistema político y social.
 
Los partidos son instituciones básicas para que funcione la democracia. Son fundamentales para que en la vida social estén presentes las principales ideas que en ella existen como consecuencia de las diversas formas de aproximarse a las principales cuestiones que preocupan a los ciudadanos. En cambio, si se cortan las amarras con la gente, y se convierten en estructuras para los juegos de poder de los miembros de las cúpulas, entonces se entiende bien la opinión mayoritaria que hoy expresan, sea cual sea la consulta que busquemos, los ciudadanos. En este ambiente, los grupos y camarillas de control, en las que se debe profesar, de una u otra forma sumisión y vasallaje al líder, se dedican a toda suerte de operaciones que  poco o nada tienen que ver con la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos.
 
Los partidos, es obvio, existen para fortalecer la democracia como sistema político. Han de defender las ideas que componen su núcleo ideológico con el firme propósito de llegar al gobierno para poner en marcha tales políticas. Han de estar permanentemente hablando con la militancia y con la gente para adecuar sus proyectos y propuestas a la realidad.
 
Hoy en España tenemos una asignatura pendiente. Los partidos son las instituciones públicas que tienen menos prestigio tal y como acreditan las encuestas. Son las organizaciones a las que se achaca un mayor grado de corrupción. Por todo ello, necesitan una profunda reforma. Quien primero de el paso, quien sea capaz de devolver el poder a los militantes, ganará la posición, tomarála iniciativa. Unainiciativa que es necesaria para que nuestro sistema político gane en prestigio y en respeto.
 
Por ejemplo, ¿quién estaría dispuesto a que al líder de un partido lo elija no un colegio electoral más o menos controlado sino toda la militancia?.  ¿Quién estaría dispuesto a financiarse con las cuotas de los militantes?. ¿Quién desea organizaciones en las que la elección de los principales candidatos se realizara contando con los militantes? Si es tiempo de regeneración democrática. Después de los últimos acontecimientos que estamos contemplando estos días, la regeneración es irreversible. Pero, ¿cuándo y quien la liderará?.
 
Jaime Rodríguez-Arana es catedrático de derecho administrativo.