En teoría, la democracia es el gobierno del pueblo, por y para el pueblo.  Así debería ser, con más razón en tiempos de excepcionalidad en los que, por razones justificadas, los poderes públicos son de mayor extensión e intensidad. La realidad, en unos países más que en otros, es justamente la contraria, parecería que en la excepcionalidad se pueden suspender derechos fundamentales, apagar la transparencia, contratar bienes públicos son límites, hasta someter la libertad de expresión o de información al control del gobierno de turno.
 
Son tiempos, los actuales, para comprobar hasta qué punto la democracia que tenemos es real, hasta qué punto las cualidades democráticas de los ciudadanos son auténticas, hasta qué punto hemos vivido estos años pasados en un Estado de Derecho que fundamentalmente era formal, sin vida, inerte, en el que los gobernantes de turno ejercieron el poder de forma procedimental, alejada de los valores propios de la democracia y del Estado de Derecho.
 
Por ejemplo, en materia de transparencia, acceso a la información y participación ciudadana, la llegada de Covid19 ha confirmado algo que viene de lejos, que en muchos países nos hemos desentendido de nuestros más principales deberes cívicos. No solemos exigir rendición de cuentas, el acceso a la información se reserva a la prensa mientras nos adormilamos fruto de los reclamos del consumismo insolidario. Es decir, no estamos entrenados en el ejercicio de las libertades, más que en aquellas que implican la defensa de lo individual. Hemos sido, poco a poco, con el concurso y aliento de los políticos, diseñando un régimen político que Tocqueville denominó hace mucho tiempo despotismo blando y que hoy encaja a la perfección en nuestras enfermas democracias, dominadas por el poder tutelar del Estado.
 
Ahora, cuando llega el ataque del poder constituido, representado hoy por el autoritarismo, nos encontremos impotentes, sin temple cívico, confinados en nuestra conciencia, anhelando el confort y los placeres de una vida regalada. Nos falta compromiso, convicción y temperamento democrático para defender las libertades, más allá de lo individual, como se merecen.
Menos mal que la estrategia orquestada para la toma absoluta del poder no es muy inteligente y la apisonadora está pisando demasiados cayos, que ya empiezan a despertar del sueño de un confinamiento que ya empieza a molestar, no poco,  a muchos ciudadanos dispuestos a defender la democracia y las libertades con uñas y dientes. Ya era hora.
 
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana