Probablemente, el rasgo que mejor define políticamente al centro es el reformismo. En efecto, en este concepto se encuentran conjugados una serie de valores, de convicciones, de presupuestos, que permiten delimitar con precisión las exigencias de una política que quiera considerarse centrada, o de centro.
En este sentido, el reformismo implica en primer lugar una actitud de apertura a la realidad y de aceptación de sus condiciones. A partir de esta base las políticas que se proyecten deben caracterizarse por su moderación –cualidad esta esencial del centro- y por su realismo político. Asimismo es una exigencia del centrismo la eficiencia, y la base primera de la eficiencia no son las convicciones políticas, sino la competencia profesional, aunque haya de entenderse ésta como apoyo de la labor política, ya que propiamente la competencia o capacidad política excede los límites de la simple competencia profesional. Y han de ser también las de centro políticas equilibradas, en el sentido de que han de atender a todas las dimensiones de lo real y del cuerpo social, de modo que ningún sector quede desatendido, minusvalorado o negado.
Si en cuanto a su dimensión, las políticas de centro deben caracterizarse como reformistas, moderadas, realistas y eficientes; en cuanto a sus objetivos el primer rasgo que las ha de caracterizar es su contenido social, la acción social que impulsan: estar en el centro, es estar en el mismo interés general.
Las políticas centristas son políticas de integración y en la misma medida se trata también de políticas cooperativas, que reclaman y posibilitan la participación de los ciudadanos singulares, de las asociaciones y de las instituciones, de tal forma que el éxito de la gestión pública debe ser ante todo y sobre todo un éxito de liderazgo, de coordinación, o dicho de otro modo, un éxito de los ciudadanos. Algo, que hoy, con tanto personalismo, con tanta falta de participación real, y con tanta ansia de manipulación y control, brilla por su ausencia.
Jaime Rodríguez-Arana
@jrodriguezarana